Revista Cultura y Ocio
Hace poco vi a Wong Kar-wai en la tele. Estaba concediendo una entrevista para promocionar su nueva película: The Grandmaster. Llevaba puestas, cómo no, las gafas de sol. Esas gafas cuadradas y oscuras que son ya parte de su cuerpo. Esas gafas con las que duerme, con las que va al baño, con las que se ducha y, por supuesto, con las que dirige. ¿Por qué Wong Kar-wai nunca se quita las gafas? Vete a ver su última película al cine (pero vete al cine, no me hagas trampas) y lo entenderás. Al menos yo lo entendí:
Las gafas de Wong Kar-wai son unas gafas especiales, un prototipo que sirve para ver planos. Las gafas de Wong Kar-wai modifican la angulación y cambian de lente alterando los estándares de la narración. Las gafas de Wong Kar-wai son capaces de abrir y cerrar el diafragma para que el director hongkonés pueda evaluar la profundidad de campo. Las gafas de Wong Kar-wai controlan también la velocidad de obturación. Las gafas de Wong Kar-wai reproducen imágenes en slow motion, porque, como todo el mundo sabe, Wong Kar-wai es el rey del slow motion (y en esta película demuestra que también domina el fast motion). Las gafas de Wong Kar-wai le sirven, en definitiva, para componer sus películas, porque las películas de Wong Kar-wai no están basadas en un guión, sino en imágenes, son las imágenes las que construyen secuencias, y no las secuencias las que construyen imágenes.
En esta ocasión, el maestro hongkonés, el gran maestro, diría yo, nos presenta una historia de esas que suele contar él, algo sencillo por donde pasa de puntillas; la historia del desarrollo de las artes marciales a lo largo del siglo XX junto con la historia de China en la misma época. Y, de paso, la vida del maestro de Bruce Lee (interpretado por un gran Tony Leung). Se trata del proceso de transición de las artes marciales hasta convertirse en un deporte, hasta mezclarse entre ellas, hasta transformarse, en algunos casos, en disciplina olímpica. No obstante, todo esto no nos lo cuenta Kar-wai, pues en realidad no nos cuenta nada, sino que lo dejar entrever a base de pinceladas, de detalles, de destellos de imagen, de sonidos, de colores. Estas sugerencias, por cierto, son los planos que construyen las secuencias. Y así funciona Wong Kar-wai. Como el director ha confesado más de una vez; él graba, recopila material, rueda mucho, y luego monta. Esta técnica le permite innovar en el uso de la transición, cada cual más original (nótese la que lleva a cabo cuando estalla la guerra, pasando de la tranquilidad de una fotografía a una explosión en la que arde dicha fotografía) y recrearse en las bellas facciones de los personajes sin que ello chirríe dentro del conjunto de la narración. Esta técnica es por tanto el resultado de una combinación perfecta de elementos cinematográficos; imagen en movimiento, sonido, luz, color, vida en las expresiones de los rostros. Pero, ojo, para ser capaz de hacer esto hay que ser un maestro, un gran maestro, y no un aprendiz; sirva como ejemplo el monumental fracaso de Nicolas Widing Refn al intentar hacer algo similar y, casi, morir en el intento, en su Only God forgives.
The Grandmaster es, en resumen, una película para cinéfilos, para gente que realmente disfruta, goza, con el derroche estético, visual; es una película para gente que se emociona con un plano, con un movimiento de cámara, con el tratamiento de un color. No es, por tanto, para intelectuales de sofá de los que no saben qué es un ángulo, una lente o una composición, de los que no saben cómo coño se hace el cine y piensan que todo es guion, como si una peli como Grandmaster fuera equiparable a una de esas series de las que todo el mundo opina cual seguidores de un equipo de fútbol.
El cine es un arte visual, es el arte de narrar en imágenes, y los guiones no explican la composición de los planos, que al final es el único diálogo entre director y espectador. Por lo tanto, si eres un intelectual de los que sienta cátedra sobre el guion de Breaking bad o Lost porque crees que tú también eres guionista por el mero hecho de escribir, no vayas a ver esta película; la criticarás con la frustración del madridista que difama a Messi o del culé que desprecia a Ronaldo. No obstante, la película es bastante hipnótica, y aunque la historia no esté narrada al uso, puede ser seguida hasta por quienes sólo están acostumbrado a las intrigas.
The Grandmaster es un peliculón que “expulsó” a dos espectadores de la sala, quienes, tal vez cansados de tanta estética, se fueron media hora antes del final en busca de intriga para sus vidas. De todas formas, y a pesar del abandono de estos espectadores, a la peli no le falta acción, ni peleas, ni filosofía, ni tensión, ni drama, pero sí le sobra (y aquí va mi única crítica) como le suele pasar a Wong Kar-Wai, el largo epílogo, que parece impostado e innecesario y que termina emborronando ligeramente un magnífico trabajo.