Revista Cine

‘The Grandmaster’: La poesía del Kung Fu

Publicado el 09 enero 2014 por Maresssss @cineyear

Tras su aventura americana con ‘My blueberry nights‘ el director Wong Kar Wai vuelve a Hong Kong para entregar, en sus propias palabras, su película más ambiciosa, un particular biopic de una figura que no es tan conocida como es su alumno Bruce Lee. Estamos hablando del gran maestro de Kung Fu Ip Man.

En este empacho de biopics al que nos tiene acostumbrados la industria desde hace unos años se agradece que alguno se centre en historias desconocidas para el gran público, como es el caso de Ip Man (interpretado Tony Leung, actor fetiche del director), que además le sirve como excusa para contar la invasión de China por parte de Japón durante la Segunda Guerra Mundial.

Muchos artistas siempre quieren vender la idea de que su última obra es la mejor y más ambiciosa, pero en el caso de Wong Kar Wai no son palabras del todo vacías en pro de vender el producto, ya que sin duda un proyecto para el que han hecho falta más de cinco años para llevarlo a cabo es realmente algo ambicioso. Ha cuidado hasta el detalle cada aspecto formal de la película (nada nuevo en su cine), llegando al punto de entrenar a sus actores no para que pareciesen maestros, sino para que fuesen maestros. Y lo ha conseguido. Esta no es la película para aquella gente que busca a un chino dando saltos imposibles y repartiendo patadas por doquier.  Aquí se quiere transmitir una idea de las artes marciales como algo casi espiritual.

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Durante mis años de estudiante en la facultad me ponía realmente nervioso que una profesora (no diré su nombre) solamente sabía referirse a películas como ‘Deseando amar‘ o ‘2046‘ con el adjetivo de “poéticas”. Yo me tiraba de los pelos porque no se le ocurría otro adjetivos a la hora de describir a este director, y ahora soy yo el que no sabe sacar otra palabra que no sea “poesía” para escribir sobre esta película. Poéticos son esos combates de una belleza incomparable que pocos directores pueden rodar con tanto atino, que hace despertar a esos remolones que entraron a la sala con prejuicios ante las películas de artes marciales. Porque a pesar de la sorpresa que puede causar que Wong Kar Wai haga una película de artes marciales se siguen encontrado muchos de los elementos que siempre están presente en sus trabajos. Aquí también tenemos esa dosis de amor físicamente inalterado, donde se anhela más el sabor de los besos que no se han dado que los ya otorgados. No pueden faltar esos encuadres perfectamente armónicos donde cada elemento de la escena tiene su protagonismo y su interacción con los protagonistas. Y como no también están presentes los cambios estacionales, elemento vital en la obra del autor.

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Pero no todo pueden ser bonitas palabras. Wong Kar Wai es un esteta con maestría a la hora de contagiar sensaciones o sentimientos, pero con ciertas dificultades a la hora de contar una historia. En el caso de este film se puede deber a que tuvo que dejar solamente dos horas el montaje inicial de cuatro horas por petición de la productora. Eso explicaría que haya algunas lagunas que el espectador no consigue llenar, como puede ser el caso de la subtrama del personaje de “El Navaja“, que aparece en pantalla sin saber bien de donde viene ni a donde va. Una narración algo confusa que hace desmerecer a un film con un radiante atractivo. Un film de artes marciales con un toque de autor como puede ser el caso de de ‘Tigre y dragón” de Ang Lee pero con un ritmo mucho más pausado y reflexivo.

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Sin ser el mejor trabajo de Wong Kar Wai le ha servido para homenajear a las artes marciales desde un punto de vista artístico y poético (sí, de nuevo la maldita palabra) y mostrar al mundo las personas que están detrás de los grandes nombres. Al final Bruce Lee es lo de menos y parece más una estrategia de mercadotecnia el usar su nombre. Aunque no sea una obra mayúscula como la mayoría de sus predecesoras espero que esto no signifique que nos encontremos ante un cambio de estación en la obra de Wong kar Wai, un director que su obra debería vivir en una primavera constante.

 


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