Thomas Vinterberg se presenta ante una sala abarrotada, impaciente por ver su último trabajo para confirmar que el ave Fénix que había alcanzado una altura tan peligrosa con Celebración (1998), caído durante años y resucitado con Submarino (2010), puede volar aún más alto (los títulos de una única palabra parece que le dan suerte: festen, submarine, jagten). Tarea realizada con matrícula de honor. El director, como el seductor nato que es, se trae a su bebé al cine (por cierto parece ya acostumbrado a ver películas aunque espero que, por el momento, no sean las de su padre), responde con continuas bromas e irradia su habitual y magnética felicidad.No es para menos. Durante la proyección ha tenido a la sala en sus manos desde el primer fotograma. Directo y sin mentiras: nos vamos a bañar en aguas bien frías, en pelota picada, que para eso somos hombres del norte y nos vamos a cazar Bambis. Dos horas después hemos sufrido tanto como su protagonista, nos hemos indignado por el borreguismo imperante de nuestras sociedades contemporáneas (y, se supone, civilizadas) y alarmado ante la castración social de toda la población masculina danesa a manos de un matriarcado tiránico. La última escena, que dará mucho que hablar, consigue lo inesperado, que el público impaciente por aplaudir se quede petrificado.Vinterberg se ha librado por los pelos de morir de éxito. Desde hace dos años ha cambiado de guionista, Tobias Lindholm (que también ha pasado detrás de la cámara recientemente), y queriendo “regresar a la pureza” ha dejado pasar el tiempo suficiente para que “las cenizas se posen” tras la explosión de Celebración (1998). No tiene que ser fácil pasar a la historia del cine por firmar un manifiesto artístico Dogma 95, junto a Lars Von Trier, cien años precisamente tras el invento del cinematógrafo ( y que, al fin y al cabo, era un retorno a los orígenes: luz natural, localizaciones reales, sonido no mezclado… y que el director no aparezca en los títulos de crédito, forma más que evidente para conseguir que se hable aún más de él).Hace tiempo un psiquiatra le dejó al cineasta un montón de papeles para que los leyese. Durante todo este tiempo ni siquiera los miró pero 8 años después necesitaba consultarle (es increíble con qué franqueza los nórdicos confiesan sus problemas mentales en público) y por respeto antes de ir a verle, leyó estos antiguos casos clínicos. De inmediato supo que allí había una historia (la versión que ha realizado dice que es muy edulcorada… menos mal).Frente al maravilloso trabajo de Susse Wold (27 años retirada del cine), el sublime protagonista, Mads Mikkelsen (el Robert De Niro escandinavo), tras un difícil divorcio intentará reconstruir su vida, estabilizarse en su trabajo y estrechar sus relaciones con su hijo adolescente. Pero un día un mentira inocente, tanto como lo es la impresionante niña de 4 años que la interpreta, cambia radicalmente su vida. Navidad se acerca pero debería ser Semana Santa porque el calvario del protagonista acaba de empezar.Cuando Thomas Vinterberg, educado en una familia moderna y liberada post- 68 y por unos profesores que no dudaban en mostrar el material original en la clase de sexualidad, promete hacer de este tema su próxima película, al público se le hace la boca agua. Sin duda, el cineasta ha vuelto con energía y mucha fuerza con una de las mejores películas europeas del año (sin duda mejor que Amour de Michael Haneke, próximamente hablaremos de ella) que va arrasar con todos los premios. Ya empezó en Cannes con el justificadísimo mejor actor principal. Nadie puede aguantar su mirada en la escena de la iglesia (pasen y vean, no olvidarán este momento que merece todas los galardones del año).En la escena IV del acto I de Hamlet, príncipe de Dinamarca, cuando Horacio y Marcelo están siguiendo a la Sombra, éste último pronuncia la celebre réplica, algo huele a podrido en Dinamarca. Shakespeare ya lo había presentido y, cuatro siglos después, Thomas Vinterberg lo confirma.