Me explico. El documental empieza con un grupo de jóvenes paseando por una calle de Londres que ofrece un ambiente contemporáneo, muy de ciudad de los ochenta con humaredas que salen de las alcantarillas, ruido y cines que anuncian el último estreno de moda. No todo es lo que parece porque más tarde se desvela que estos muchachos son músicos de jazz que han sido invitados a tocar con el mítico batería Art Blakey. A partir de este momento se habla de cuál ha sido su papel dentro de la historia del jazz y sobre todo de lo que ha hecho con la “banda” que formó en la década de los 50, los Jazz Messengers.
Los Messengers son una especie de experimento o “escuela” en la que se adoptan a unos cuantos intérpretes para enseñarles a tocar jazz de una manera y cuando se supone que ya se pueden “graduar” dejan el grupo y entran otros nuevos. El único que se mantiene, el maestro (la columna vertebral espiritual y física, el batería, el núcleo de la sección rítmica), es Art Blakey por eso a lo largo de la película intervienen grandes leyendas del jazz que han tocado con él (graduados con “matrícula de honor” o colegas como Wynton Marsalis, Wayne Shorter, Terence Blanchard o el gran Dizzy Gillespie) que cuentan anécdotas y desvelan por qué hace lo que hace.
Según ellos Blakey es un maestro, un profesor, un decano, un gurú pero sobre todo un mensajero del jazz. La intención final de todo es la de transmitir a lo largo de los años, las décadas y las generaciones que el jazz existe y no dejará de existir y la única manera de hacer patente esto es enseñarlo y tocarlo y hacer que la gente escuche discos o vaya a conciertos para disfrutar de él. Tan infatigable es el “mensajero” que aún con 70 años (la edad que tenía cuando se rodó el documental) tocaba tan fuerte y rápido como si tuviese 20 y no dejaba de enseñar a sus pupilos todo lo que había aprendido con los años.
Volviendo al principio me hago aquella pregunta, ¿por qué programar este documental precisamente? Porque habla de la memoria, de una memoria que debe ser recordada pero que se está forjando a través de una tradición (la del jazz) defendida por un padre y abuelo que no quería que en un futuro próximo fuese descubierta por algún historiador o un estudioso de culturas desaparecidas, un luchador que se sacrificó siendo el héroe y el protagonista de ese legado en movimiento, esa memoria palpable, perceptible. Y curiosamente parece que la recuperación de la memoria es un tema bastante actual.
Muchas preguntas se han hecho actualmente dentro del contexto del documental musical a este respecto como quién era Sixto Rodríguez, qué nos aportó el excéntrico Joe Meek, por qué aquella banda llamada muerte que supuestamente inventó el punk no ha sido reconocida o por qué nadie ha reparado en que Mozart tenía una hermana que también quería ser compositora (preguntas formuladas, aclaro y repito, en documentales y películas muy recientes). Y esto está relacionado con la moraleja que deja el “padrino” de los Messengers: quizá sea necesario volver a respetar la historia, quizá haga falta, para decir algo nuevo, mirar atrás, tomar lo que se ve y enseñarlo.