YOU´RE NO ROSE (23 DE OCTUBRE DE 2015) -AVISO SPOILERS-
La clave para entender The Knick es el enfrentamiento entre la luz y la oscuridad. Empezando por la fotografía que pide Steven Soderbergh -es un lujo tenerle dirigiendo cada episodio- que nos muestra escenas muy luminosas -las blanquísimas paredes del hospital, los uniformes de médicos y enfermeras- o muy oscuras -antros de mala muerte, sórdidos callejones, un cementerio- pero también salones y habitaciones en los que pequeñas fuentes de luz -velas, rudimentarias lámparas eléctricas- luchan por combatir las tinieblas. Este planteamiento estético -al fin y al cabo el cine, la fotografía, la televisión, son pura luz- es la expresión plástica de un tema: el progreso contra la ignorancia.
Esta confrontación se repite una y otra vez durante toda la serie. El doctor Thackery (Clive Owen) se propone buscar la cura contra la adicción a las drogas -la suya- pero se enfrenta a la escéptica junta directiva del hospital. Lo que para él es una enfermedad, para ellos es un problema moral. Ciencia contra religión. El doctor Algernon Edwards (André Holland) intenta también implementar nuevas técnicas en el hospital, a las que se opone el propio Thackery, como la cabina de la fiebre. Que Edwards esté perdiendo la visión en un ojo, es otra variación de esta lucha entre las tinieblas y la luz: el cirujano de raza negra corre el peligro de quedarse ciego, a oscuras. Su córnea se ha desprendido por las peleas callejeras en las que se involucraba para aliviar -a través de la violencia- la frustración de vivir en una sociedad racista que le margina. Otro signo más de esa ignorancia de la sociedad neoyorquina en 1901.
El progreso se encuentra también con obstáculos materiales. La moderna ambulancia eléctrica que ha comprado Tom Leary (Chris Sullivan) falla constantemente y su pagador, Herman Barrow (Jeremy Bobb), no está por la labor de invertir más dinero. Tampoco tiene recursos Leary para pagar a un abogado -de clase alta- para sacar a la hermana abortista Harriet (Cara Seymour) de la prisión a la que ha sido condenada, víctima también de una moral de tiempos superados. O quizás no. Tampoco quiere invertir dinero en las obras del metro el millonario -conservador- August Robertson (Grainger Hines), que se enfrenta a su hijo, Henry (Charles Aitken). Aquí la resistencia al progreso se convierte en brecha generacional. En el mismo sentido, Cornelia (Juliet Rylance) -antes Robertson, ahora de apellido Showalter- investiga -por su cuenta- la muerte del inspector Jacob Speight (David Fierro). Todo indica que el funcionario encargado de inspecciones sanitarias ha sido asesinado por interferir con intereses económicos y políticos. La acción de desenterrar el cadáver de Speight -al que no se le ha practicado una autopsia- tiene que ver con esta lucha contra la oscuridad -¿Contra el mal?- y contra la corrupción: un juez le dice a Cornelia que le pagan por mantener secretos bajo tierra. En el cementerio, a la luz de una linterna, parece que el cuerpo de Speight no está en su ataúd.
Estos temas, si bien interesantes, deben apoyarse en problemas personales para que la serie funcione dramáticamente. Por ello, cada personaje vive un conflicto interior en el que lucha contra su lado oscuro. Thackery (Clive Owen) intenta controlar sus adicciones, pero también lidia con la culpa de la niña que falleció en una de sus operaciones. Thackery tiene en este episodio la posibilidad de redimirse al ayudar a Edwards (André Holland) en una operación -clandestina otra vez, insoportable de ver por explícita- para curar su ojo. Pero falla y acaba borracho en los brazos de una prostituta. Antes, Thackery le ha roto el corazón a su amante, la enfermera Lucy Elkins (Eve Hewson), en un intento, quizás, de salvarla de él mismo. Lucy también tiene sus pecados -las drogas, la sospecha de que se ha prostituido por amor- por lo que la llegada de su padre -pastor de la iglesia- y la participación de la enfermera en uno de sus servicios religiosos puede anticipar una posible redención. Al menos su búsqueda. No creo que sea casual que tras la prédica del pastor, A.D. Elkins (Stephen Spinella) -que ha manifestado su desconfianza en la medicina-, tras el fervor de sus feligreses que buscan la iluminación, descendamos a las tinieblas de la psique torturada de Thackery, de sus culpables alucinaciones con la niña fallecida en su mesa de operaciones. El cirujano acaba acercándose de nuevo a esa prostituta cuyo lado oscuro roza el nihilismo: vive al filo de la muerte repartiendo heroína y cocaína en las venas de sus brazos.
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