Revista Cine
Director: John Ford
Al fin volvemos al cine del buen Ford, y ya me parecía mucho el tiempo lejos de él. "The long voyage home" es una de las dos películas que Ford hizo el año 1940, la otra es "The grapes of wrath", que con toda seguridad se viene mañana. Me ha gustado mucho esta película, ya me explicaré después del salto. Y para que esta breve introducción no quede tan pequeña, ¿supieron que en la liga de fútbol estadounidense los así llamados fanáticos del deporte se están burlando de Lampard y Pirlo "porque son muy viejos"? Son algo increíble estos gringos, de verdad, no sé cómo siguen vivos... Lo cierto es que tanto el inglés como el italiano serían capaces de humillar a estos estúpidos aún jugando en silla de ruedas. Igual en todas las ligas los hinchas le faltan el respeto a los jugadores rivales, pero no me negarán que los gringos no saben ni puta mierda de fútbol, de hecho creo que allá todavía le dicen "soccer"... Pero en fin, mejor me concentro en el filme de Ford, y "perdonen" lo intolerante.
La película trata sobre un grupo de hombres que tripula un barco inglés llamado SS Glencairn que se dedica a transportar cargamento. Viviendo en condiciones que dejan bastante que desear, para peor justo en los tiempos de la segunda guerra mundial, los tripulantes tendrán que enfrentar lo mejor posible los embates del mar y de los conflictos humanos. ¿Podrán sobrevivir durante el largo viaje que los lleva a casa?
Tiene muchas cosas "The long voyage home", específicamente varios relatos que hallan en el barco un vínculo que va más allá de lo argumental, vínculo que no es otro más que el drama de los hombres que dedican su vida al mar. Pero antes de adelantarme, volvamos al punto inicial: los varios relatos. Con motivo del barco y su misión de transportar cargamento, veremos una especie de denuncia contra las malas condiciones de vida que ofrecen estos barcos, sobre cómo es que en la mayoría de los casos son verdaderas trampas mortales para hombres considerados prescindibles; un alegato antibélico que indica que las víctimas de la guerra se pueden encontrar mucho más lejos de los campos de batalla (a costa de los tripulantes, al capitán se le encarga transportar peligrosos explosivos para el ejército inglés), víctimas que por lo demás no tienen por qué ser soldados y cuyas muertes se dejarán al olvido mientras se hunden en el mar; una pequeña trama sobre la desconfianza que entre sí pueden despertar los hombres, y un recordatorio sobre lo despreciables que pueden ser algunos especímenes terrestres. No obstante, sin importar la trama de turno, lo que siempre subyace a todas las anteriores es el grupo de hombres y el fuerte vínculo que los une, esa camaradería que resiste viento y marea. Desde luego, con dicha pulsión subyacente surge otro relato más, más humano y trágico, ése sobre el hombre que huye de la vida en tierra, el hombre que no tiene nada por delante, el hombre que no tiene dónde regresar, el hombre cuya vida es un viaje que lo llevará por lugares oscuros y sucios así como otros brillantes y paradisíacos... Al principio puede haber una sensación de idealización del mar, pero a medida que avanza el metraje se hace claro que Ford nos muestra la trágica naturaleza del mar, su calidad de cuchillo de doble filo: el mar es olvido y es libertad: te aleja de tus dramas en tierra, te da una nueva oportunidad de redimirte; de todas formas, el mar es condena: es olvido, te sumerge en los abismos de la soledad y el abandono. Así, con la tierra empujándote al inclemente mar, ¿qué es lo que queda? La tripulación, hombres que caen poco a poco, hombres que esperan su turno para irse de este mundo. No señor, Ford no nos muestra las bondades de la vida en altamar; nos deja caer sin contemplaciones en la más absoluta desesperación disfrazada de esperanza y oportunidad. Un viaje melancólico, doloroso, indefenso, con más simbolismos de los que uno podría imaginarse (sabemos que Ford no se dedica sólo a poner la cámara, sino que de verdad utiliza las facultades expresivas de la imagen)... Un viaje que nunca termina, pues de algunas cosas simplemente no se puede huir.
Resulta imposible no reconocer la siempre impecable fotografía de Gregg Toland, que en los mejores pasajes de la película nos adentra en un expresionista laberinto humano lleno de tristezas, desamparo y oscuridad. También es el director de fotografía de "The grapes of wrath", otro motivo más para arder en deseos de verla.
Qué queda decir. Simplemente, genial película: de bajo perfil, rehuyendo de la grandilocuencia y la pompa, concentrándose en lo simple pero complejo: la tormentosa naturaleza humana. Un duro viaje, sí señor.