Iniciando su quinto año de existencia (el dato produce un poco de vértigo), por fin, una película india se añade a la colección del blog de Cine Invisible. Primer productor de películas mundial, este país no había encontrado su lugar aquí, porque si bien el número de películas supera el millar por año (1.255 en 2011), la cosecha tiende a reproducir una formula muy local y estructurada de entender y disfrutar el cine. La apertura de los nuevos realizadores hacia otras fórmulas (por ejemplo, revisitando géneros o añadiendo más análisis social a sus narraciones), ha tenido como efecto un regreso a los festivales internacionales, tímido aún pero muy prometedor. The lunchbox es la ópera prima de Ritesh Batra. Con esta primera tarjeta de visita ha dejado a los espectadores boquiabiertos por su sensibilidad (que no cae en ningún momento en la sensiblería), su exquisito conocimiento de algunas de las inquietudes humanas y, sobre todo, su capacidad para tratar temas delicados con un tono de ligera comedia clásica.Las dabbas, título original, son las empresas que se encargan de repartir las comidas caseras, preparadas por miles de amas de casa, a sus maridos en sus diferentes lugares de trabajo. En una sociedad con un grave problema de alfabetización, este sistema de distribución, basado en colores distintos, tan sencillo y a la vez sofisticado, que hasta la Universidad de Harvard se ha trasladado al país para analizarlo, llegando a la sorprendente conclusión de que sólo se produce un error, por cada millón de comidas repartidas. Olé. Ese error es, evidentemente, el que interesa al realizador y provoca una jugosa situación de partida. Una mujer, ignorada por su esposo, decide preparar suculentas comidas para reconquistar su amor y avivar su pasión. Un error en la citada distribución hace que sus recetas lleguen a un empelado a punto de jubilarse, soltero y sin muchas ilusiones en su vida.Un guión inteligente, con escenas y diálogos fascinantes, que consigue no caer, en ningún momento, en lo previsible o esperado. Momentos como el que uno de los protagonistas afirma que un tren equivocado puede llevarte a la buena estación o fabulosos actores secundarios, el futuro sustituto del empleado o la vecina de la cocinera, hacen que lo único que queramos hacer al salir de la sala es volver a verla.Una ejemplo perfecto de que una comedia romántica, género difícil por antonomasia, puede ser tan sabrosa como una cena preparada con amor. Y como postre final, una línea de sus brillantes diálogos: olvidamos las historias cuando no tenemos a quien contárselas. Gracias por escuchar la mías.