Desde sus inicios, The Mars Volta abrió un nuevo ciclo en la historia del rock progresivo. Comenzaron casi a la par del siglo y, como si se lo hubieran propuesto, son la insignia clave del trayecto que seguirá este subgénero del rock al menos durante sus primeras décadas.
Por Efraín Trava
El sábado 27 de septiembre de 2003 asistí a un concierto en el Circo Volador. Un buen amigo, músico de profesión, me había recomendado ir a la presentación de una banda desconocida para mí que se hacía llamar The Mars Volta. Con el antecedente de las excelentes sugerencias que mi amigo me ha hecho a lo largo de varios años de amistad, compré los boletos y me presenté en aquel lugar ‒en ese entonces igualmente ignoto‒ ubicado en la colonia Jamaica, de la Ciudad de México.
De pronto, el rudimentario escenario se vio invadido por seis músicos, dos de los cuales (el vocalista y el guitarrista) lucían imponentes cabelleras afro y pantalones a su vez entallados y acampanados. Esa primera visión me ancló de súbito en un contexto setentero que conforme fueron pasando los compases se complementó con la asombrosa calistenia musical que desplegaban los artistas al interpretar sus piezas. De sus instrumentos comenzaron a fluir ritmos que con frecuencia aludían a los sabrosos registros de los primeros años de Carlos Santana, pero justo antes de que la cita se tornarse excesiva al grado de convertirse en copia, daban un vuelco para entrecruzarse con el lacre pirotécnico de Jimi Hendrix. El ingenioso palimpsesto, sin embargo, no concluía ahí, es más, parecía no estar adscrito a ninguna limitación de índole subgenérica dentro de ese consabido territorio llamado rock. El desparpajo histriónico con el que el vocalista Bixler-Zavala se contorsionaba hasta el espasmo, a la vez que Rodríguez castigaba con todo el vuelo de su torso y de sus brazos su guitarra, constituían un claro reflejo de ese vitral sónico en donde los espectros de Pink Floyd, Can y Led Zeppelin zigzagueaban eufóricos entre el auditorio.
Lo sofisticado no necesariamente se hermana con lo intrincado. En ello radica, tal vez, una potente virtud que The Mars Volta y algunas otras pocas bandas de rock han logrado abrazar.
Conforme el artista crece y comienza a impregnar su tecnicismo de rigor, al tiempo que aprende a reconocer con mayor pericia sus emociones (el arte es un ejercicio, en primera instancia, de autoconocimiento), sus creaciones adquieren un sello particular: una consolidación del estilo que se arrellana con naturalidad en la sofisticación que mana de la subjetividad.
Noctourniquet (2012) es el trabajo más accesible de TMV a la fecha. Y si bien habrá quienes todavía defiendan la idea de que la ópera prima de la banda De-Loused in the Comatorium (2003) ha sido la mejor, en mi opinión TMV no ha hecho sino afilar su cuchillo musical cada vez más a lo largo de los seis platos de larga duración que conforman su colección. Hoy en día, ese cuchillo taja casi cualquier material.
Leo algunas críticas negativas que centran su atención en el tono semilento —por momentos, baladesco‒ que Omar Rodríguez y Cedric Bixler-Zavala han decidido imprimir a su trabajo más reciente. Y no es que estos músicos no hubiesen ya flirteado anteriormente con tonadas destinadas a atrapar la atención del gran público, para nada, ahí está la sensacional “Televators” que desde su aparición en 2003 cautivó escuchas de diversos gustos musicales. En fin, un rastreo rápido en la discografía es suficiente para caer en la cuenta de que las piezas y los sencillos conocidos como radio-friendly no son nuevos en el repertorio de TMV. Por tanto, una crítica en este sentido resulta, por decir lo menos, superflua. El sobresalto surge, quizá, por el hecho de que en Noctourniquet este tipo de cadencias conforman la columna vertebral de la criatura. Piezas como “Empty Vessels Make the Loudest Sound” o “Imago”, exhiben una suerte de coctel sonoro a la vez terso y sinuoso que sería más fácilmente explicable en un hipotético súper-grupo conformado por integrantes de ¡Radiohead y The Flaming Lips!
Noctourniquet continua el trayecto que el grupo de El Paso, Texas, ya venía trazando desde el sensacional The Bedlam in Goliath aparecido en 2008. En ese trabajo ya se aprecia una tendencia a impregnar de melodías fragosas, pero muy armónicas, el caos aparente. En Noctourniquet la distorsión sigue ahí, pero con interludios inesperadamente invadidos por ráfagas que van desde el krautrock hasta los bailables ritmos afrolatinos. Para constatar esto último échese un vistazo (oidazo) al caprichoso sencillo “The Malkin Jewel”, donde una palestra de voces esquizofrénicas se entrelaza con la cachaza del chachachá. Así transcurren los primeros compases, antes de que el incauto escucha sea empujado al interior de un tobogán de jazz bombardeado de psicodelia.
Los momentos de delirio creativo que abundan en un trabajo como Amputechture (2006), ésos que en su cúspide amagan con volverse cacofónicos, también tienen presencia en Noctourniquet. Sólo que esta vez son menos prolongados y están insertos en melodías donde las guitarras nunca se atrabancan, sino que se alían al agudo instrumento vocal que supone la voz de Bixler-Zavala. Un claro ejemplo de ello es ese transe hipnótico al que uno está sujeto en “In Absentia”.Bixler-Zavala ha dejado de forzar su tesitura hasta los filos del escándalo a los que solía hacerlo. En contraste, se aprecia una voz mucho más concentrada en los matices. Su pintura vocal exhibe finalmente un dominio total de los medios tonos, dejando de lado los chirriantes latigazos cromáticos que, si bien conformaron en su momento el alma de algunas de las piezas de TMV, en esta nueva exposición entrarían muy forzados a la combinación. El tenor alto de origen mexicano se ha vuelto un maestro de la técnica. En contraste con este perfeccionamiento vocal, están sus letras, tan abstrusas y fragmentarias que resulta ocioso siquiera hablar de ellas. Aquí un ejemplo de los que abundan al interior de su disparatada poética: “Calloused hands of detriment/ From a crossbow flinch of gasping air/ Do you think I’ll…”. (Manos crueles del detrimento/ De un ademán asfixiante de ballesta/ ¿Crees que yo lo haré…?)
El conglomerado estilístico y musical hace que Noctourniquet sea un álbum diferente a todo lo que TMV había hecho hasta la fecha. Esta mezcla dota al material de una singularidad apostada en armonías estructuradas y reconocibles ‒que, por momentos, abrevan en la parsimonia‒ en lugar de la disonancia y el caos multiforme tan recurrentes en trabajos como el complejo Frances the Mute (2005), sin que por ello ninguno de estos dos últimos elementos desaparezca por completo.
Desde sus inicios, The Mars Volta abrió un nuevo ciclo en la historia del rock progresivo. Comenzaron casi a la par del siglo y, como si se lo hubieran propuesto, son la insignia clave del trayecto que seguirá este subgénero del rock al menos durante sus primeras décadas.