Título: El Terror Del Sello Carmesí
Autor: Luis Guillermo del Corral
Portada: Ernesto Treviño
Publicado en: Octubre 2016
Sepan esto todos los malvados, y negras almas que hacen de los inocentes, indefensos y débiles su presa: Ellos sufrirán la implacable y despiadada justicia del Amo de los Hombres"
Creado por Harry Steeger
El profesor entrecerró los ojos, observando con atención depredadora a Nita. Esbozó una sonrisa, más lujuriosa que idiota, acompañada de una perturbadora carcajada semejante a los jadeos de un perro. No parecía estar en sus cabales ni querer estarlo en absoluto. Era la deleznable imagen del vicio y la depravación más patéticos.
—Te envía ella, ¿verdad? ¡Esto es generosidad, vaya que sí! ¡La Titiritera sabe cómo tratar a aquellos a quienes debe algo! —Se frotó el mentón al tiempo que trataba de contener un nuevo eructo alcohólico—.
El escritorio no es muy cómodo, pero espera que lo despeje, muchacha.
Nita no respondió con palabras. No era tanto ofensa personal lo que sentía como repugnancia ante la dignidad perdida de aquel repulsivo individuo. Con los labios apretados, arrebató la aun medio llena botella de bourbon del escritorio, vertiendo su contenido sobre la alfombra.
— ¡Eh, zorra! ¡Necesito eso! —El académico compuso una expresión similar a la de un niño tras la muerte de una querida mascota—. ¡Es mío!
—lea este mensaje con toda su atención, profesor —Aplastó contra el escritorio la hoja mecanografiada momentos antes—. O esta botella acabará estrellada contra su cabeza.
Aquella concesión al enfado causado por lo que el borracho había creído acerca de Nita dio inmediato fruto. Con los labios temblando, como a punto de llorar, el hombre cogió la hoja. Hizo además de rasgarla, pero un gesto de su visitante con la botella derrotó su voluntad al respecto.
—Pero... No entiendo. Esto ya lo hice cuando cerré el acuerdo con la Titiritera —se quejó apenas paseó su ebria vista de modo fugaz por aquellas líneas.
El profesor casi se encogió de hombros. Cuando vio la peluda araña carmesí al pie de aquellas líneas, su cuerpo se puso tan rígido que parecía de hierro forjado. Pasados unos demasiados largos segundos, su reacción sorprendió a Nita. Nunca antes había sido testigo de aquella reacción ante el despiadado blasón del Amo de los Hombres.
¡El profesor comenzó a llorar!
Gruesas y sucias lágrimas de miedo e indefensión que hubieran debilitado la resolución de alguien más débil. Nita hizo a un lado su compasión, mas no porque fuera de espíritu duro y corazón frío e inmisericorde.
Se negó a sentir pena por aquel miserable, sí. Porque aquella que sentía por las víctimas inocentes que su traición a la Humanidad había causado era todavía mayor. Se esforzó por dar a su voz un tono de amenaza que no dejaba lugar a dudas sobre su propósito.
—Escuche, miserable. Haga lo que dice la carta o... —Con deliberada lentitud, señaló la frente del hombre, casi rozándola. Después recuperó la carta—. No se lo diré una segunda vez.
El profesor había recuperado la sobriedad o eso parecía. En realidad, el terror que le ahogaba había superado el estupor alcohólico que rezumaba por sus poros. Como todo el mundo sabía en Nueva York y más allá, ser señalado por the Spider solo tenía un significado posible.
—Pero... Usted es una mujer. No puede ser él. ¡No puede! —chilló histérico.
—Como usted desee —Nita se llevó los dedos a la boca, emitiendo un silbido fuerte, prolongado y doloroso. Durante unos eternos instantes, temió que Ram Singh y Jackson se hubieran demorado o algo les hubiera impedido cumplir con su parte del plan. ¡Entonces sucedió!
Un cristal se rompió en la ventana por detrás y aun lado del hombre sentado ante el escritorio y un muy afilado cuchillo atravesó el espacio, clavándose en uno de los cajones del pesado y muy caro mueble. El académico se giró en un acto reflejo, dando la espalda a Nita.
La mujer casi suspiró de alivio ante la escena que tenía lugar. El sikh seguramente estaba oculto y fuera de la vista. Al otro lado de la ventana se veía una figura de demacrado rostro, encorvada y de colmilluda sonrisa siniestra. Aunque el disfraz había sido improvisado, con prisas, Jackson sabía cómo imitar al Amo de los Hombres. En su confuso y alcoholizado estado, además, los sentidos del hombre se hallaban en un conveniente estado de debilidad.
—The Spider en raras ocasiones avisa una vez. Dos, nunca —No dijo más. Tan solo acentuó su lúgubre sonrisa de modo que destacaran los colmillos postizos de celuloide. Tal y como le había visto hacer al auténtico the Spider en incontables ocasiones.
Como si aquello fuera una señal, y tal vez lo era, el borracho fue presa de una actividad frenética. Nita Van Sloan aprovechó para recuperar el cuchillo. El ya no tan ebrio profesor comenzó una apresurada recolección. Cajones, la caja fuerte oculta tras el plano enmarcado, e incluso sus mismos bolsillos.
—Aquí está todo —balbució—. ¿Puedo...
Nita respondió de manera implacable. Sus palabras no admitían réplica ni apelación, como el verdugo al encender la silla eléctrica.
—Va a acudir de inmediato a la policía. Va a entregarse y confesarlo todo ante el comisario Kirkpatrick. Y va a hacerlo ahora. No deseo insultar su inexistente inteligencia, pero este encuentro no ha tenido lugar.
>>Recuerde. Nada ni nadie escapa de la telaraña de the Spider.
—Léala otra vez, con más atención. Y sobre todo, fíjese en la firma del mensaje —ordenó ella, con su tensa paciencia casi al límite de su resistencia.
El hampón acabó de amartillar su revólver, la espalda apretada contra la pared. A su derecha, se hallaba el despacho de la dueña de la empresa de pompas fúnebres. El pandillero había pasado días vigilando aquel sitio, sin recibir más órdenes que observar e informar.Todo cambió cuando vio unos hombros jorobados cubiertos por una larga capa entrando de modo furtivo por la puerta de atrás. Sabía que no se esperaban nuevas entregas en al menos una semana y temía la posible identidad del intruso. Pero si era El, era una posibilidad de hacerse temido en el inframundo criminal. Se acabaría el ser mero músculo que se vendía por una paga miserable e inadecuada.
Comprobó una vez más su revólver y se giró con un alarido inarticulado al tiempo que asestaba una patada a la puerta entreabierta. Entro sin detenerse, disparando sin apuntar. Los dos primeros balazos hicieron estallar un surtidor de astillas y papeles reventados desde el escritorio contra la pared frente a la entrada del despacho.
El tercero arrancó un pedazo de la del sombrero y la prenda de la cabeza del intruso, que se volvió con un ominoso y sorprendido vuelo de su capa. En menos de una fracción de segundo, el pandillero reconoció la cabellera blanca, la nariz de rapaz y aquellos jorobados hombros.
Y supo que estaba condenado.
En el tiempo que desenfundaba sus letales instrumentos de despiadada justicia, the Spider maldijo. La cuarta bala inflamó un infierno de dolor en su brazo derecho. Casi a la vez, disparó ambas pistolas. Un proyectil destrozó la cadera del delincuente. El otro, desviado por el dolor, le reventó la tráquea.
Las dos últimas balas nunca salieron del tambor.
Centrado en la búsqueda que le había llevado al negocio de la mujer que permanecía en el hospital, la implacable pesadilla de las bandas hurgó, revolvió y saqueó los archivadores espoleado por un terrible sentido de urgencia. Estaba convencido de que se le acababa el tiempo.
Cuando encontró aquello que juzgó lo llevaría hasta la guarida de la Titiritera, se demoró tan solo lo justo para marcar con su sello la aún caliente carroña a sus pies.
—La Titiritera no verá un nuevo amanecer. ¡Así lo jura the Spider!
Continuará...
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