Un día apareció sin más, encima del mueble del salón junto al resto de figuritas. Nadie recordaba de dónde había salido. Era una figurita pequeña con la carita redonda y una apacible sonrisa. En su mano llevaba una pequeña escoba y su cabeza estaba cubierta con un gorrito puntiagudo de color rojo.
Era el puente de diciembre y en la casa tenían la costumbre de poner el árbol de navidad en esa fecha. Este año habían comprado adornos nuevos: algunas bolas de navidad, un trineo y un corazón de color rojo brillante.
El corazón estaba muy contento de que le hubieran escogido entre todos los adornos de la tienda, el quería estar en lo más alto del árbol, junto a la estrella. ¿Quién mejor que él para estar allí? Él, que representaba el amor y la vida, ¡qué contento estaba! y qué decepción tan grande se llevó cuando los niños le colocaron en las ramas más bajas del árbol
"-No puede ser, es que son pequeños, no llegan. Seguro que mañana me ponen más alto"
Al cabo de los días, el corazón seguía en la misma rama, nadie se acordaba de él, nadie excepto la brujita del mueble, ella no podía dejar de mirarle, y cada noche, se iba moviendo un poquito para poder verlo más de cerca: ¡Cómo brillaba!
Por fin, la noche de Navidad, la brujita dio un salto y cayó muy cerquita de su adorno favorito. Aterrizó entre los regalos, lo que le permitió estas un poco más alta del suelo y pudo escuchar los lamentos del corazón:
- ¡Increíble!, ¡me han dejado aquí!¡Y ya es nochebuena!¡Vaya estreno he tenido! El año que viene me esconderé entre las luces, total, qué más da"
-"Pero corazón - le dijo la brujita- ¿No ves que desde las raíces del árbol puedes llegar a todas las ramas?"
El corazón se quedó pensativo, y comenzó a brillar con más fuerza de forma que sus destellos iluminaban toda la habitación.