Revista Cine
Me acerqué a la nueva serie del canal FX con cierto escepticismo. A pesar de que la obra cinematográfica de Guillermo del Toro me parece sobresaliente puesto que está plagada de creatividad, diversión, tensión y mucho frikismo; su trilogía de la oscuridad (Nocturna, Oscura y Eterna), escrita a cuatro manos con Chuck Hogan, nunca acabó de convencerme y fui incapaz de terminar la primera novela.
La serie comienza con la llegada al aeropuerto de Nueva York, el JFK, de un Boeing 777 que, tras tomar tierra, aparece parado, cerrado, silencioso y oscuro en mitad de una pista de aterrizaje. El CDC se hace cargo de la situación ya que parece que un virus desconocido y mortal ha matado a todos los pasajeros del vuelo, solo cuatro siguen con vida. El piloto, firmado por el propio Del Toro, nos presenta a los diferentes personajes y plantea el misterio sobre el virus. Pronto descubrimos que el CDC no podrá controlar la situación porque su visión está limitada por la racionalidad y lo tangible. El mal al que deberán enfrentarse es antiguo, inteligente, letal y posee aliados en las altas esferas que dificultarán la investigación del entregado equipo del Centro de Control de Enfermedades. Un vampiro ha llegado a la ciudad, la oscuridad envolverá el mundo si nadie consigue frenarle. Los pasajeros del avión propagarán la "enfermedad" por toda la ciudad desde Brooklyn a Manhattan, desde los barrios residenciales hasta los hospitales. Nadie parece poder detenerles porque nadie es capaz de creer que algo así pueda suceder.
El misterio es bastante simple. Un ser maligno está reclamando su lugar en el mundo y busca, como siempre, controlar a la humanidad y erigirse como nuevo líder. Pura serie B que disfruta de su condición de producto de consumo rápido y entretenido. La serie de Del Toro es consciente de lo que es y por ello sabe muy bien cómo presentarse, cómo enganchar y cómo, dejando sitio a una rancia pero efectiva colección de clichés, conformar un grupo de seguidores que permanecerá fiel hasta que al personaje de Corey Stoll se le caiga el maldito peluquín. Cuando hablo de clichés rancios me refiero a cosas como la presentación del personaje del doctor Ephraim Goodweather (Stoll) al que vemos luchando por la custodia compartida de su hijo al que apeas no ve. Goodweather es un hombre dedicado a su trabajo, con un pasado regado de alcohol -sí, tenemos reunión de Alcohólicos Anónimos- que proclama a los cuatro vientos que adora a su retoño pero que nunca saca más de diez minutos para estar a su lado. Además, su ex mujer tiene una relación con alguien que parece bastante buen tipo y que tiene tiempo para hacer cosas con el niño como construir una habitación para juegos. Goodweather, aferrado a ese cliché de padre despechado, se siente desplazado y no entiende por qué su mujer y su hijo parecen preferir a ese desconocido. Mención aparte ese terrible peluquín que le han encasquetado el bueno de Stoll. Creo que pasará a la historia de la pequeña pantalla como uno de lo más ridículos e innecesarios que se han utilizado. Más clichés, los pandilleros, uno rehabilitado por amor a su madre y otro, Crispin (Fran Capra, ¿qué te ha pasado?) que se dedica a robar, estafar y drogarse. Otro cliché, la abogada superviviente del vuelo interpretada por Leslie Hope que va por la vida en plan "mírame mal y te demando". Y por supuesto, la imagen de la estrella de rock, Gabriel Bolívar, con su maquillaje, su peluca, su gusto por las drogas recreativas y por el sexo con groupies. El tercer capítulo deja a Bolívar, convertido ya en un vampiro, sin su apéndice favorito en una escena que sobra y que solo busca, para bien o para mal, provocar al espectador.
Es precisamente esa ristra de clichés, de lugares comunes de la serie B, de tópicos, los que me chirrían en el conjunto. El perro que le ladra a su amo porque sabe que ya no es el que era; las ratas que huyen en tropel de la ciudad; la transformación de los infectados con caída de pelo incluida; la ceguera gubernamental; el viejo que guarda más de un as en la manga , cierto que la escena en el juzgado está genial pero se debe al buen saber hacer de David Bradley. Esperaba más riesgo de alguien como Del Toro y de una cadena como FX que tiene en su parrilla de programación dos joyas del terror moderno como American Horror Story o Penny Dreadful. El resto del reparto se completa con Mia Maestro como una bioquímica del equipo de Goodweather; con Sean Astin como Jim Kent, un personaje que movido por el amor a su esposa navega entre dos aguas y pone su fidelidad al servicio del mal. También nos encontramos con Kevin Durand dando vida a un exterminador de ratas llamado Vasily Fet y a David Bradley como Abraham Setrakian, el único que parece saber lo que sucede en la ciudad y como enfrentarse a ello. Hasta ahora, el personaje más inquietante, más allá del propio vampiro jefe, es Thomas Eichorst (Richard Sammel). Este ser, cuyo pasado está relacionado con el de Setrakian, aparece siempre impecable, con una sonrisa en sus labios que no presagia nada bueno y una mirada vacía carente de emoción.
Tras un potente piloto, The Strain ha empezado a tejer su mitología y a dejar crecer a sus personajes. Sin embargo, hay que decir que los dramas personales de los personajes lastran un poco la historia y poco me importa a mí que Eph tenga problemas con su ex y con su hijo. La serie debería centrarse más en lo que nos interesa a los que la vemos, los vampiros, la expansión de la infección, Setrakian y, si tiras de la lengua, incluso Vasily.
FX le ha dado trece capítulos para desarrollar la primera temporada. Por ahora vamos bien pero ya veremos en qué queda esta moderna historia de vampiros.