Estoy rebañando en el fondo de la cazuela de Muriel Spark con hambre y angustia. ¿Es esto todo? ¿No quedan más novelas? ¿Nada inédito? ¿Seguro? ¿Han mirado bien? ¿Han mirado en todos los cajones, señores editores?
Así que aquí me encuentro, con los restos: tres novelas poco conocidas, que no se reeditan. Son The Takeover, de 1976, Territorial Rights, de 1979, y Reality and Dreams, de 1996. Las tres son raras, raras, raras.
Llevo semanas intentando entenderlas, y sólo he llegado a conclusiones absurdas, peregrinas, insensatas, pero así funcionan los soliloquios: un hemisferio da la razón al otro, y todos contentos.
Muriel Spark decía que escribía de corrido, casi sin revisar, y que cuando se metía en un lío, complicaba un poco más la trama para ver si era capaz de salir. Esta viaje hasta el corazón de la maraña y desde allí a otra maraña aún más tupida se ve en muchas de sus novelas, como The Bachelors, The Finishing School, Aiding and Abetting, Symposium, The Only Problem, Territorial Rights, y en esta, que es directamente un nudo.
La trama, sin spoilers, es así: Maggie Radcliffe, riquísima, guapísima e inocente como un bebé, tiene un terreno en Nemi donde se erigen tres casas. Una es su pied-à-terre, otra la alquila a los Bernardini y la otra está ocupada por Hubert Mallindaine, un buscavidas fraudulento y grimoso: un José Luis de Vilallonga en versión gay.
En cada casa hay subtramas, una por cada secundario: el marido de Maggie, su hijo y su nuera Mary, los Bernardini al completo con todos sus in-laws, Lauro y otros chaperos de Mallindaine, su secretaria, Pauline, Massimo di Vita, dos jesuitas, Coco de Renault, la profesora de inglés Nancy Cowan, etc.
Maggie es el centro de la trama, como agente y como paciente. Ella quiere echar a Hubert de su casa, pero todos los demás personajes quieren, de una u otra manera, robarle su dinero, sus joyas, sus cuadros, sus muebles y sus títulos de propiedad. Pero Hubert no se va ni a tiros. Dice ser descendiente de la diosa Calígula y la diosa Diana, cuyo culto se celebraba en el terreno donde su casa está construida, y cuyos ritos quiere resucitar.
Así que ya tenemos dos temazos: dinero y paganismo. Las diferentes subtramas introducen otros subtemas: el arte como artificio, las apariencias como verdad, el engaño y el crimen como esencia de la naturaleza humana.
Pero la novela zozobra hacia la mitad. Entre los capítulos ocho y doce -extraordinariamente densos- parece haber una duda: si asumimos que la trama es apariencia que revela una verdad, ¿qué verdad es esta? ¿la historia individual de Maggie o, como apunta un personaje, el fin de un sistema económico cuya caída ha revelado la cara más rapaz y filistea de la humanidad?
Parece que los tiros van por ahí. La crisis del petróleo de 1973 como imagen de un mundo que colapsa, y la historia de Maggie como ejemplo hecho carne.
The Takeover exige asumir una idea que Spark explicaba en relación a su conversión al catolicismo: sólo como católica adquirió una visión global de lo absurdo de la existencia en la tierra si no existiera nada tras la muerte. Pero tal vez únicamente así se pueda entender The Takeover, una novela de rapiña, codicia, apariencia y fraude en la que todos los personajes revelan llevar dentro de sí un monstruo y todos los personajes terminan a la deriva, sin consuelo ni lógica en esta tierra.
¿Es esto satisfactorio, o nos obliga a hacer malabarismos dialécticos para colocar The Takeover en el cajón de novelas interesantes en lugar del cajón de las novelas fallidas? Sí y no, y no y sí.
No lo sé, pero con Muriel Spark yo SIEMPRE estoy dispuesto a aceptar la invitación y a repensar lo pensado desde cero porque sus novelas son SIEMPRE libres.
Y es que no se puede escribir de otra manera: en soledad y sin red.
Fotografías de Barbara y Michael Leisgen, Mimesis.