Tenía otros dos temas para tratar en este post, pero he acabado el domingo tan extenuada por mi propia circunstancia que no me siento capaz de escribir de otra cosa.
Aunque la vuelta al cole en pleno apogeo de trabajo y la caída de la hoja (que siempre me vacía de energía) también tienen cierta responsabilidad en mi agotamiento, lo cierto es que el principal protagonista de esta historia es mi hijo.
El enano acaba de cumplir dos años y aunque ya me habían advertido amigos veteranos que me preparase para los 'Terrible Twos' nunca imaginé que la cosa fuera para tanto... Como me viene demostrando la maternidad, la experiencia siempre supera las expectativas. Nunca decepciona.
De cara a la galería, especialmente para las visitas esporádicas el peque está en una edad ideal: divertido, cada vez interacciona más, habla mucho, repite como los loros lo que escucha a los mayores y dice cosas de lo más graciosas... Todo eso es así, es cierto que es un cachorro estupendo... Sobre todo si no le llevas la contraria.
Y es que está atravesando por una etapa de rebeldía y aprendizaje intenso... Aprendiendo hasta donde puede llegar o más bien forzando para llegar cada vez más lejos. Está en plena edad de los berrinches, de los pulsos constantes, de los chantajes salvajes... Y aún no entiende bien las consecuencias de sus actos ni los toques disciplinarios... ¿o sí?
¿En qué momento, los mimos y las caricias, las cosquillas y los besos se transformaron en "noes" a todo, en voces crispadas, amenazas de enfados y castigos? ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Por qué este niño me torea?
Se acaban echando de menos los pañales, el chupete, el biberón y la cuna... deseando una vuelta atrás imposible, el regreso del bebé que fue este gamberro que me exaspera burlón, ignorando mis órdenes, regañinas y castigos y se parte de risa viendo como me desespero impotente.
Que me respondan los que saben... Esto se pasa... ¿¿verdad??