Revista Cine
Director: John Huston
Terminamos de ver los westerns (no todos, ¿hhhhmmmmm?) de Anthony Mann (créanme que me pesa un poco en la conciencia el que no me haya gustado "The Man from Laramie", pero demonios, la vi dos veces y no puedo sino estar de acuerdo conmigo mismo en esta), y aunque "El tesoro de Sierra Madre" no sé si sea un western propiamente tal (yo diría que es una película de aventuras, claramente cruzada con el western), igual lo vimos bajo esa premisa, porque los westerns no se acaban, no señor, aún nos quedan muchos por ver y pueden jurar que los vamos a ver. Desde luego, las energías están listas para retomar la retrospectiva a Mike Leigh y esta misma semana se viene la tercera tanda, y de ahí para adelante solo nos esperan (espero que agradables) sorpresas. ¿La vida es bella? Quiero creerlo, sí, quiero creerlo y sentirlo.
"El tesoro de Sierra Madre" es la segunda película de John Huston y la primera que hizo luego de encargarse de algunos documentales para el ejército gringo durante la Segunda Guerra Mundial. (¿He mencionado que acá en el blog hemos comentado un par de películas de Huston, ejem, "The Maltese Falcon" y, ejem, "The Mackintosh Man"?).
Basada en la novela de B. Traven (que, al parecer, es mucho más cruda y explícita que su adaptación cinematográfica, lo cual, uf, te deja con los dientes largos), el mismo Huston escribe el guión de esta historia en donde dos vagos, perdedores irredentos (uno de los cuales interpretado magníficamente por el gran Humphrey Bogart), desesperados por conseguir dinero y luego de una inusitada racha de buena suerte deciden emprender la búsqueda de alguna perdida y no descubierta mina de oro, cuyos beneficios podrían arreglar la vida de cualquier pobre diablo que sepa que nunca se está mejor como en el presente (porque lo peor siempre está por suceder y usualmente ataca en el momento más inesperado, y vaya que en momentos como esos la mente añora ese pasado miserable pero seguro y ciertamente no tan terrible como el presente, y qué paradoja, no oro, nos encontramos, ¿hhhhhmmmmm?). Los dos vagabundos son bendecidos con la compañía del bueno de Walter Huston (padre del director y patriarca de Las Furias en "The Furies", salvaje y ardiente western de Anthony Mann), un viejo que se ha labrado fortunas gracias a la fiebre del oro pero que las ha perdido, todas toditas, gracias al mismo oro, bendición o maldición, depende del hombre, y si no depende del hombre, depende del destino, ¿y qué puede hacer el hombre ante el destino? Nada, amigas y amigos míos, nada. Pero no por eso nos negamos a las aventuras, y el viejo quiere otra aventura, y los vagabundos quieren dinero, tienen sueños que cumplir y qué mejor combustible no-renovable para la voluntad que el dinero.
Pero la expedición no será fácil: entrarán en tierra de bandidos, encontrar oro no es para el ojo inexperto, el trabajo es duro y arduo, los peligros acechan: la naturaleza o la condición humana, cuál más peligrosa, venenosa, cuál más cruel, y yo mejor me dejo de perorar, lo cierto es lo concreto: el personaje de Bogart es uno de los más mezquinos y despreciables que he visto ultimamente (y me quedo corto: el mismo actor decía que interpretó "al peor pedazo de mierda que se pueda ver"), los otros personajes, incluso los secundarios, son un prodigio de construcción narrativo-dramática y estilística (el bandido jefe es... uf, cómo describirlo: tiene un aire de patetismo, pero luce como un monstruo y desprende un aura de maldad puramente instintiva -sin odios, sólo impulsos atávicos-), para qué hablar del desarrollo psicológico y moral, del tratamiento de la codicia y de la locura, de estas desconfianzas e intrigas que por momentos convierten el relato en un oscuro y negrísimo noir, del toque siniestro y tenebroso que surge de la imagen como si de repente estuviéramos ante un film de terror, de la atmósfera áspera y seca a la vez que cruelmente irónica que rodea a esta peripecia que los va aplastando poco a poco y que nos conduce a un segmento final absolutamente extraordinario, realmente desquiciado (la gran broma asesina y esas risas de dos hombres vencidos) pero genial, si hasta podrían desprenderse fascinantes apuntes filosóficos del diálogo final.
Película mítica sobre cómo los hombres llegan a convertirse en bestias. Qué fotografía, qué puesta en escena (magistral la labor de John Huston, verdaderamente impresionante, y hasta se permite tener un triple-cameo en el primer tramo del film), qué actuaciones. Y qué historia. El cartel oficial de la película resume perfectamente su dimensión moral y fatalista, amén del eslogan que reza "vendieron su alma por... El Tesoro de Sierra Madre".
Obra maestra.