El género denominado de “terror” (que en el mundo anglosajón no se identifica con el “thriller”, sino con el “horror”) no cuenta con demasiados títulos entre mis favoritos. Como regla general refleja un tipo de cine reiterativo, caracterizado por recurrir a los mismos clichés y herramientas para provocar sustos al espectador, en detrimento de una buena historia a cargo de personajes interesantes. Por supuesto, existen excepciones que cabe la pena mencionar, así como cineastas que demuestran originalidad y creatividad en su estilo de filmación. No obstante, el porcentaje de trabajos previsibles y vulgares es muy superior, degradando a la categoría de subgénero la citada modalidad cinematográfica.
“The Vigil” se ha exhibido ya en los festivales de Toronto y Sitges, evidenciando su voluntad de apartarse del arraigado formato convencional y apostar por un modelo nuevo que merezca perdurar en la mente de los aficionados aunque, en mi opinión, alcanza su propósito tan sólo a medias. Supone el debut como director y guionista de Keith Thomas, una carta de presentación muy a tener en cuenta con la que logra aglutinar en un ajustado metraje (menos de hora y media) una serie de secuencias inquietantes dentro de una acertada atmósfera de inquietud. Aun así, termina cayendo en varios de los estereotipos y fórmulas recurrentes del subgénero.
Un joven judío de escasa fe asiste en el barrio neoyorkino de Brooklyn a las reuniones de un grupo de apoyo con la intención de adaptarse a las grandes sociedades multiculturales. Arrastra consigo un sentimiento de culpa que le convierte en un ser frágil. Tras varios meses sin empleo, acepta un trabajo como “shomer” nocturno, práctica según la cual una persona vigila el cadáver de un miembro de la comunidad judía recién fallecido. La noche derivará en una constante pesadilla por la presencia de un espíritu que había poseído el cuerpo del difunto en vida y que, tras su muerte, se dispone a encontrar una nueva víctima.
Su sencilla escenificación visual, casi minimalista, alejada de propuestas excesivas de efectos especiales, le acerca al terror psicológico, recreando de entrada un ambiente efectivo y certero, si bien la resolución global de la trama no se mantiene al mismo nivel. En cualquier caso, se agradece el intento de alejamiento de esas producciones chabacanas de corte juvenil que han pasado por las carteleras, lo que la sitúa por encima de la media aunque sin despuntar en exceso e invita a considerar el nombre de Thomas de cara a visionar su siguiente proyecto. Se baraja su elección como responsable de adaptar de nuevo para la gran pantalla “Firestarter” (Ojos de fuego), cinta basada en la novela de Stephen King cuya versión de 1984 protagonizó una, por aquel entonces, jovencísima Drew Barrymore.
Para concluir, resulta obligada una referencia a Blumhouse Productions, estudio estadounidense de cine y televisión conocido principalmente por producir películas de terror de bajo presupuesto (“Paranormal Activity”, “Insidious”, “Get Out”) y que ha recibido tres nominaciones al Oscar por sus producciones de “Whiplash” (2014), “Get Out” (2017) y “BlacKkKlansman” (2018), todo un ejemplo de joven productora que se abre paso entre las poderosas multinacionales que dominan el mercado.
Los actores Dave Davis (“La gran apuesta”, “Logan”), Menashe Lustig, Malky Goldman y la recientemente desaparecida Lynn Cohen (“Munich”, “La conspiración del pánico”, “Los juegos del hambre: En llamas”) conforman el reparto.