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The Walking Dead

Publicado el 24 octubre 2017 por Alejandro Millán Zamora @AlejandroMilln2
                                                
                      The Walking Dead

AVISO: aquí dentro hay mogollón de spoilers. Fin de la cita y del aviso.


Puede que a estas alturas el clásico discurso de rebelión no sea suficiente para algunos, pero decir que es el mismo que plantea The Walking Dead es un error y decir que es el mismo que ha planteado siempre es equivocarse por completo. Para la época de los descreídos la unión nunca será excusa para nada, especialmente para cambiar las cosas. The Walking Dead ya ha desestimado la posibilidad de los falsos ídolos (el Gobernador), ya ha caído en la cuenta de su parentesco idealista (bromearon con la victoria de los comunistas en la quinta temporada), no aspira a dar lecciones a nadie. En lugar de eso ha tratado, mejor dicho, ha conseguido dar un paso más allá en sus aspiraciones con el inicio de esta octava entrega empleando una estructura paralela de hasta cuatro líneas temporales diferentes dentro del mismo episodio, todo un desafío nunca visto antes en la serie. 

Y a medio camino entre el preámbulo de la guerra y unos inquietantes flashforwards ligados a un todavía más inquietante Rick Grimes agonizando por su vida, encontramos a Carl abriendo el capítulo en busca de suministros. Camina con desgana, y aunque no es ninguna sorpresa hay un cierto énfasis en el modo con el que interactúa con el entorno en esta ocasión. Acerca la cabeza a la ventanilla de un coche, mira el cadáver y apreciamos un hartazgo visible que desconocíamos en él hasta ahora, una especie de desconsuelo sutil ante la enésima carta de presentación de aquello a lo que debe resignarse por la casualidad de la edad y de una era no escogida. Lo único que va a sacarle de ese rutinario limbo de recolecta y putrefacción será la súplica de un desconocido. Una vez se rompe el silencio alguien dice las palabras mágicas "Mi compasión prevaleció sobre mi ira", según dice las escuchó en boca de su madre pero señalaba que su origen era el Corán. Carl descubre que el hombre delira, no dirige su oración a nadie en concreto y acto seguido, se ve obligado a huir tras la amenaza de tres o cuatro tiros lanzados al aire por parte de Rick. 

"No será suficiente" dice Carl. "¿Suficiente qué?" pregunta Rick. "Esperanza" concluye Carl.

Carl acaba de convertirse en un símbolo distinto al que su padre acabará por ceder aunque le arruine la existencia, después de todo "esto no es por él". Es solo un hombre y es consciente de ello, en esta revolución representa el punto de partida, no el motivo, no el propósito, no el final. Es colectiva, por y para todos los implicados, en un contexto en el que la sociedad no ha dejado de insistir en ser civilizada, pero sin renunciar a esos clichés que pensamos que dan encanto a nuestra personalidad ante una miseria desbordante que parece no tener límites, y sin necesidad de que vengan a recordárnoslo con el añadido macabro de zombies y demás invenciones desagradables ¿no?. Esa es la mentalidad de los que confunden la NOCIÓN con el auténtico compromiso... pero si hay un mal que asola este mundo más allá de hombres sin sentimientos, egoístas, crueles o simplemente incapaces es ese maldito complejo de autosuficiencia, esa soberbia arcaica de contar con la opinión de los demás antes de que estos sean capaces siquiera de expresarla o llegar a ella.

Lo que The Walking Dead propone es tan simple que asusta, pero tan indispensable que realmente asusta de verdad. Un tipo de abnegación social que aboga por un tipo de integridad que se aleja completamente de la segregación concebida en nuestro sistema, curiosamente orgulloso de discernir entre distintas etnias y desclasificarlas por completo a raíz de un grupo, pertenezcan o no a él, sentenciándolos a todos en base a nuestra propia sospecha individual. Tal como hace Rick con ese misterioso musulmán, y tal como parece caer en la cuenta de su error en un momento por determinar y que, francamente, me da mucho miedo que se haga presente. Porque quizá suponga su muerte, la de uno de los héroes más memorables que he visto jamás, pero también la confirmación de que tal mundo es posible y que, por desgracia o puro prejuicio, nos lo estamos negando.

Y si, ahora que vengan a contarme que aquí dentro solo hay relleno (esa interminable incógnita) y encefalogramas planos. He querido servirme de esta pedazo de serie para plantear una reflexión mínima y posiblemente elemental que, sin embargo, no deja de ser totalmente cierta. Tanto como la capacidad de la serie de romper el molde cada maldito año, de alcanzar el corazón de sus fieles con el pretexto básico de ver a esta gran familia en el sitio, manteniendo el tipo, luchando por volver a empezar y hacerlo mejor. Si la vida imita al arte obviamente no está cumpliendo con las expectativas, por suerte en el arte la expectativa de alcanzar otros horizontes es un deber natural e inspirador. Algo habrá pasado para que más de siete años después siga siendo sinónimo de éxito. Para muchos el atractivo de su reparto, para muchos el atractivo físico de su reparto, para muchos la casquería ocasional y el gore, para muchos la inercia, para muchos el odio. 

Para mi el sentirme agradecido, para sentir ganas de volver a escribir, para sentir en la piel de alguien que no soy yo y aprender a sentir en igual medida en otras diferentes, para sentir que a veces no basta con estar a la altura de lo que uno piensa si sabe que no cumple con lo que siente. En resumen, para sentir ¿hay otra razón?.

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