Como en toda línea de producción, la dinámica de una familia viene determinada por el recurso más escaso de la cadena. En el entorno familiar el eslabón más débil puede ser cualquier miembro de la unidad familiar. El título puede recaer sobre distintos hombros según las circunstancias particulares de cada momento.
Un caso típico es el del hijo primerizo de padres ilusionados. En esta constelación el niño y señor es el recurso escaso de unos padres deseosos por desvivirse para satisfacer los deseos y necesidades de su recién estrenado retoño. Los padres en cuestión viven por y para las cacas, los airecitos y los gorgoritos de su criatura, y el grado de felicidad familiar es directamente proporcional al humor del infante. Si el niño está estreñido, los padres estarán en un sin vivir de ramitas de perejil, masajes abdominales y biberones de Eupeptina. Si, por el contrario, el niño les obsequia con una sonrisa desdentada los padres se pasearán encandilados como si se les hubiera aparecido la mismísima virgen de Fátima.
La forma más habitual de equilibrar esta balanza suele ser la llegada del primer hermano. Si el hermanito en cuestión no llega demasiado pronto podría darse el raro caso del equilibrio de las fuerzas productivas. Una situación idílica en la que no sobra ni niño ni padre y las labores, quehaceres y necesidades se resuelven con ecuanimidad y mesura.
Pudiera ser que durante algún tiempo el primero se esfuerce por mantener su condición de weakest link. El tiempo y la alineación de los astros familiares le harán cejar en su empeño. Este equilibrio puede tardar más en alcanzarse si los niños son seguidos o si alguno de ellos peca de plomo, llorón, tiene alguna intolerancia alimenticia o cualquier otra circunstancia física o esotérica que pudiera alterar el karma familiar.
Gestionar la escasez de un recurso infantil es una capacidad innata de todo madre o padre con cursillo. Uno asume cuando se lía esta manta que el hijo será el centro de gravedad familiar y el causante de nuestros desvelos. Contamos además con recursos de todo tipo para ayudarnos en esta empresa. Profesores, pediatras, puericultores, webs y blogs de todas las calañas nos aconsejan y nos guían para resolver las encrucijadas más típicas de este tipo de escenario.
¿Pero qué pasa cuando ya sea por exceso de hijos, de trabajo, de proyectos DIY, de cuentas de twitter, blogs que escribir o leer, grupos de wassap, o perfiles de instagram, el recurso escaso es la madre? ¿Qué pasa en el momento en que una por demasía de culos que limpiar, ambiciones intelectuales o profesionales, o necesidades de interacción social o familiar empieza a no dar más de sí?
Como todo bien escaso una, cuando se convierte en el weakest link, tiende a sobrevalorarse. Poco a poco, sin darse casi ni cuenta, una va perdiendo la empatía a medida que sus propias necesidades y deseos van creciendo en el imaginario familiar. Una empieza a quejarse sin razón, se vuelve voluble, caprichosa y déspota. Una quiere tuitear en la función del cole, piensa que ya le cambiará la caca a La Cuarta cuando conteste este comentario tan sentido, y le llevan los demonios si alguien osa perturbar la vital labor de aplicar un filtro de Instagram. Una se descubre dictándole hashtags a La Primera, pidiéndole a La Segunda que entretenga a La Tercera porque ha publicado la gremlin o dándole esquinazo a La Cuarta para rajar un rato sin intromisiones.
Una se levanta y todos le miran expectantes, cautos, como con miedo. Preguntándose muy bajito con qué pié se habrá levantado hoy mamá. Intentando pasar desapercibidos a la ira impredecible de este ser irracional que resopla entre colacaos, lávate los dientes de una vez y repite que siguen estando sucios.
Y en el mismo momento en que una está a punto de poner el grito en el cielo por la cosa más nimia, una se sale de su cuerpo, se ve desde fuera, se asusta -y no sólo por el cardado improvisado de una noche mal dormida- y se dice hasta aquí hemos llegado hermosa.
Que no se diga que eres el weakest link.
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