Es la sensación de la temporada sin ninguna duda. Con ese aura solemne y macarra al mismo tiempo, The Young pope, o Il giovane papa en italiano, nos traslada a los quehaceres diarios de la ciudad santa del Vaticano, en la que los tupidos velos de la Santa Sede han ocultado hasta hace pocas décadas el poder absoluto del Sumo Pontífice, y, gracias a Dios, mostrándonos unos Papas más cercanos al pueblo en los últimos tiempos. Hasta que Pío XIII llega al poder.
Lenny Belardo (Jude Law) ha sido acogido en el seno de la iglesia desde que sus padres le abandonaran siendo niño, una vida entera sin conocer otro amor que su amor a Dios, y el que la hermana Mary (Diane Keaton) le ha mostrado desde que lo acogió en su orfanato. Pero no todo ha sido malo en la vida de Lenny, puesto que ha sido elegido el Papa más joven de la historia.
Joven sí, pero no por ello abierto a los nuevos tiempos. Algo con lo que no contaban aquellos que propusieron su nombramiento, como el cardenal Secretario de Estado Voiello (Silvio Orlando), que presupusieron un Papa títere, y que no podían estar más equivocados. Numerosas conspiraciones se ciernen sobre Pío XIII una vez que es investido, y expone al mundo sus planes para la vuelta al oscurantismo medieval del que la Iglesia llevaba un siglo intentando liberarse, sin embargo Lenny, bueno, Pío, es un ser tan santo como malévolo.
Junto con la ayuda de la hermana Mary, Monseñor Gutiérrez (Javier Cámara), o el Cardenal Spencer (James Cromwell) -el elenco es todo un acierto- el Papa debe de sortear diversos temas espinosos, e intentar no dejarse por sus convicciones personales, a menudo en disonancia con el mismo catolicismo.
Paolo Sorrentino, nos sumerge en esta producción internacional de HBO, Sky Italia, Canal+ y Mediapro, en la que han participado España, Italia, Estados Unidos y Francia, en una, a veces delirante, a veces cruda, historia de poder. Porque es eso, mas allá del sacro contexto en el que se mueve, podría relatar la historia de cualquier mandatario de cualquier país del mundo (Sucesor Designado), se hace lo que él designa, simplemente porque ostenta el poder. La única diferencia es que el Papa es infalible.
Técnicamente sublime, en la línea de Sorrentino, un director que más allá de la línea argumental -brillantemente ejecutada- y nos muestra su relato usando la imagen, aderezándolo con sesudos diálogos, que se entremezclan con vagos recuerdos y ensoñaciones que Belardo tiene en los momentos más insospechados, cual Gran Lebowski en sus momentos de más alteración mental.
Una banda sonora brillantemente elegida en cada ocasión hará las delicias de los más melómanos.
Personalmente pienso que tiene una de las mejores escenas iniciales de las series de los últimos años. Seguramente estaréis de acuerdo al respecto.