Campos de girasoles, ciruelos cargados de fruta, estanques con flores de loto; mujeres de marrón oscuro sentadas en el suelo, lavando hoja a hoja las lechugas, acelgas y espinacas recién recogidas del huerto, unos metros más allá; sopa de fideos de arroz, curry con boniatos y patatas; el sonido de tres campanas y, después, silencio: he pasado la primera parte de mi paréntesis en Plum Village, en el sur de Francia, donde están los cuarteles generales del maestro Zen Thích Nhat Hanh.
Plum Village ( o "Aldea de los Ciruelos", en español) es un lugar donde resulta fácil echar el freno y cargar las pilas con la confianza que dan personas de todo el mundo que se esfuerzan, y en algunos casos hasta consiguen, en llevar una vida plena, consciente y sostenible. En su compañía se hace más fácil limar las aristas de la vida; dejar en remojo, hasta reblandecerlas, las dificultades de la vida cotidiana, esas que impiden disfrutar del simple gozo de existir.
He compartido alojamiento con 18 personas de casi todos los rincones del planeta: una mujer griega residente en Sudáfrica que se dedicar a recorrer el mundo en busca de inspiración espiritual; una londinense que vive en Nairobi y que llegó a Plum Village con su hija adolescente; un matrimonio que fundó la primera cooperativa árabe-Israelí… además de la monja vietnamita que nos enseñó canciones como esta.
Se hace raro volver al jaleo de la ciudad después de pisar un lugar como este. Y relatar la experiencia. Lo desconocido resulta inquietante, y más todavía en este país tan homogéneo. Lo cierto es que no hay en Plum Village adoctrinamiento ni ritos mágicos, como no sea el recordatorio constante –con el sonido de la campana, al fregar los platos, cuando te lavas los dientes, usas el váter, o en medio de una conversación– de volver una y otra vez a la respiración, al momento presente.
Thích Nhat Hanh (o Thay), que a sus 84 años se sienta y se levanta con la agilidad de un veinteañero y continúa sin recurrir a una sola nota –su persona es el mensaje, y esto es, en sí mismo, algo raro de encontrar– comienza sus charlas así: "Este es un momento feliz. Este es el momento más feliz".
La primera vez que lo escuché hablar, sentada en el suelo de la sala de meditación junto a varios cientos de personas, pensé que era fórmula de cortesía hacia nosotros. Sin embargo, si observas con atención –y eso es lo más importante–, pronto ves que todo en Plum Village está impregnado con mensajes para hacerte ver que, como dice Thay, "has llegado". No hay más donde buscar. Como él dice, la dirección postal de Dios, del cielo, de la felicidad o como quiera llamársele, es esta: el aquí y el ahora. Por lo tanto, el momento más feliz es este.
Si comienzas a observar de cerca la respiración, quizá llegues a un punto en el que puedas dejar ir el pasado y el futuro. En ese punto, las cosas comienzan a ser continuas y la mente no se escapa en todas direcciones, como mil monos enloquecidos.
¡Cuánto por desaprender! W.S. Merwin lo explica mejor en su poema "Ejercicio", que traduzco a continuación:
Primero, olvida qué hora es durante sesenta minutos.
Hazlo regularmente cada día.
Después, olvida qué día de la semana es,
y hazlo regularmente durante una semana.
Después olvida en qué país estás,
y practica durante una semana,
y después hazlo todo junto,
con las menores interrupciones posibles.
Tras estas instrucciones, olvida cómo sumar o cómo restar.
No hay ninguna diferencia.
Puedes intercambiar ambas después de una semana.
Las dos te ayudarán más tarde a olvidar cómo se cuenta.
Olvida cómo contar,
comenzando por tu propia edad,
comenzando por cómo contar hacia atrás,
comenzando con los números pares,
con los números enteros,
comenzando por las fracciones,
con el calendario antiguo
continuando con el alfabeto,
olvidándolo todo hasta que cada cosa
sea continua y completa de nuevo.