Revista Cine
Re-mordimientos.
La última película de Park Chan-wook, el cineasta coreano, pretende explorar cada momento en su justa medida, logrando diferentes tiempos de gran intensidad. La intención es buena, sin duda, pero esta estratagema tiene un inconveniente: crea expectativas que luego no se cumplen. Cuando el tono adquiere tintes románticos, terroríficos o dramáticos, y más tarde el filme se desentiende de ellos, el espectador siente desconcierto y decepción. Lo primero puede tener su puntillo, lo segundo no. Una cinta como Desafío Total (1990) es 100% cine de acción y también pura ciencia ficción, porque claro, una cosa no quita la otra. Mientras que filmes más desequilibrados como Testigo mudo (1993), Abierto hasta el amanecer (1995), Carretera Perdida (1997) o el que hoy nos ocupa, tontean caprichosamente con varios géneros. Parece que el cine de vampiros se le queda demasiado pequeño a un filme que siempre pretende ser algo más, pero que al final se queda a medio camino de todo.
Lo curioso es que a pesar de sus altas pretensiones, tiene una premisa que nadie puede tomarse muy en serio. La historia gira en torno a los infortunios de la virtud, la bondad y buena intención de Sang-hyeon, un sacerdote que se somete a un peligroso experimento con el objetivo de encontrar una cura para una extraña enfermedad, el hombre no tarda en sucumbir a una muerte sangrienta y desagradable, pero luego revive milagrosamente. En seguida corre la voz y surge un pequeño culto a su alrededor. La gente acude a él para que sane a sus enfermos, y en verdad parece ejercer algún tipo de poder sobre los moribundos, ya que en un momento determinado cura el cáncer a un viejo amigo de la infancia. Todo este tema está tratado con interés y queda subrayado por la aptitud dubitativa del protagonista, que no sabe qué pensar al respecto y pide consejo espiritual. La película plantea diversas cuestiones de gran calado y aunque en un principio parece que les hará frente, rápidamente se olvida de ellas y no responde ninguna.
El desarrollo de los acontecimientos cambia cuando Sang-hyeon sufre una recaída y despierta convertido en vampiro, al parecer una de las transfusiones que recibió durante el experimento era la de un chupasangre. Park Chan-wook intenta dotar de realismo una trama que gira en torno al hecho fantástico, y lo hace mediante una progresiva gestión de los elementos sobrenaturales, igual que sucediera en la maravillosa Déjame entrar (2008), otro reciente filme de vampiros, pero donde la coartada argumental tenía un mínimo de peso. Thirst no siente demasiado apego por el género al que pertenece y utiliza una rebuscada explicación para llegar a él, al mismo tiempo que elimina de la ecuación cierto attrezzo característico como los colmillos.
Por otro lado, el filme explora muy bien la estrecha relación entre vampirismo y cristianismo. El pecado, el deseo, la culpa, la resurrección, la sangre, el masoquismo, la autoflagelación y el fetichismo sexual, son conceptos que estarán muy presentes a lo largo de la película. «Ahora estoy sediento de todos los placeres del pecado» comenta el sacerdote, y vemos como sus impulsos sangrientos van cobrando fuerza mientras se siente atraído por la mujer de su amigo. A partir de aquí hay algo de romance, de thriller erótico e incluso de cine de fantasmas, un vaivén de géneros que no logra desvirtuar del todo la entidad del filme, y esto se debe a la gran calidad de su narrativa poética.
La película tiene una fuerte carga mística y está bendecida por una refinada sensibilidad estética; el ritmo pausado y el estilizado entendimiento del espacio cinematográfico hacen de esta toda una experiencia para los sentidos. Park Chan-wook tiene una curiosa habilidad para retratar el lado más sórdido y extraño de la naturaleza humana, y para obtener belleza de donde no debería haberla. Thirst es hermosa, simbólica y esteticista, un filme bellamente imperfecto. Existe en Asia una larga tradición de narradores cinematográficos excepcionales y que saben sacarle el mejor partido al lenguaje cinematográfico, pero con una cierta tendencia al exceso, a sobrecargar las tintas para demostrar todo lo que saben hacer y que en ocasiones como esta, acaban filmando varias películas en una.
La frase: «Córtales los tobillos, cuélgalos de la bañera y deja que la gravedad haga el resto. Podemos poner la sangre en un Tupperware y dejarla en el refrigerador. »
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