(JCR)
El pasado 14 de marzo la Corte Penal Internacional de La Haya emitió su primer veredicto de culpabilidad. Fue contra el señor de la guerra congoleño Thomas Lubanga, contra quien pesaba una orden detención internacional desde 2006 y fue finalmente detenido en 2008. Se le acusa de haber organizado y ejecutado el reclutamiento forzoso de millares de niños para obligarlos a combatir entre las filas de su grupo rebelde, la Union de Patriots Congolais (UPC) en la región del Ituri, en el Este de la República Democrática del Congo. Su condena me ha hecho aflorar recuerdos muy personales de hace once años, así como numerosos sentimientos de frustración porque pienso que se han pasado muchas cosas por alto.
La primera vez que oí hablar de este individuo fue en marzo de 2001, cuando yo me encontraba en Uganda. Un amigo mío francés que trabajaba entonces para la UNICEF me había llamado para visitar un campo en el Oeste de Uganda donde la organización humanitaria acababa de recibir la custodia de 136 niños, de entre 9 y 16 años. Los chavales había pedido asistencia religiosa y mi amigo me llamó para que yo celebrara la misa en francés y pudiera hablar con ellos. Fue entonces cuando escuché este nombre: Thomas Lubanga. Miembro de la tribu Hema, había organizado una milicia para enfrentarse a una etnia rival del Ituri, los Lendu y durante los años de la guerra del Congo utilizó a su ejército de niños para cometer horribles masacres de miles de personas. Apoyado entonces por el ejército de Uganda, que entrenó a su milicia, los 136 muchachos había ido a dar con sus huesos a un campo militar de Uganda, cuyo gobierno negó primero la existencia de estos niños soldado en su territorio y ante las presiones de UNICEF al final no tuvo más remedio que confiarlos a su custodia para su posterior reagrupación familiar.
Recuerdo al año siguiente cómo mi amigo francés me contó que tras el feliz reencuentro de los niños con sus familias en el Congo, cercanas a la ciudad de Bunia, la mayor parte de ellos habían sido reclutados de nuevo por Lubanga y muchos de ellos murieron en combates sangrientos. Este señor de la guerra congoleño ha sido condenado por la Corte Penal Internacional únicamente por este crimen de guerra: el reclutamiento forzoso de niños soldado. Desde el principio de su juicio me extrañó, sin embargo, que no se le juzgara por las masacres que él mismo organizó. Veo que también se ha pasado por alto otros cómplices en estas atrocidades: el ejército ugandés, que entrenó y apoyó a su milicia, el gobierno de Ruanda, que le apoyó con sus propios soldados, los políticos congoleños que le ayudaron y las compañías mineras internacionales que se beneficiaron de la alianza con la UPOC para lucrarse con la explotación del oro y otros valiosos minerales.
Hay otro detalle importante relacionado con este caso del que no he visto nada en los medios de comunicación. Sobre su número dos, Bosco Ntaganda, conocido como “Terminator”, pesa también una orden de busca y captura por parte de la Corte Penal Internacional. Cuando Thomas Lubanga desapareció del mapa, Ntaganda se pasó a las filas del Congress National pour la Défense du Peuple (CNDP), liderado por el general Laurent Nkunda. A finales de 2008 fue responsable de las masacres perpetradas en las localidades de Kiwanja y Rutshuru, donde el CNDP, integrado por congoleños tutsis y apoyado por el ejército del presidente ruandés Paul Kagame, fue casa por casa matando a todos los hombres y jóvenes que encontraba y violando a todas las mujeres que pudieron. Cuando, al año siguiente, Nkunda fue detenido por el ejército de Ruanda en una maniobra de conveniencia política, Bosco Ntaganda pasó a integrarse con sus soldados del CNDP en el ejército congoleño. Este grupo domina actualmente las fuerzas de seguridad del Este de la República Democrática del Congo, lo cual quiere decir también el lucrativo tráfico de minerales como el coltán y la casiterita que fluye hacia Ruanda desde donde se exporta a numerosos países donde se encuentran las bases de la industria electrónica.
A Bosco Ntaganda se le puede encontrar hoy paseándose por la ciudad de Goma a cualquier hora del día o de la noche, siempre fuertemente escoltado con varios vehículos llenos de sus soldados tutsis armados hasta los dientes. Frecuenta los hoteles y night clubs más lujosos. Vive en una mansión justo al lado de la frontera con Ruanda y, según el último informe del grupo de expertos de Naciones Unidas, el año pasado viajó al menos dos veces a Ruanda (en cuyo ejército luchó durante varios años antes de estar con Thomas Lubanga en el UPC), donde tiene dos cuentas bancarias. En Goma hay miles de soldados de la MONUSCO (indios, uruguayos y sudafricanos) pero nadie le detiene. La condena de Thomas Lubanga no será completa ni la justicia a las víctimas será auténtica hasta que se traiga ante el tribunal de la Haya a personajes como el “Terminator” que siguen viviendo a cuerpo de rey a la vista de todos y siguen teniendo en sus manos un poder que es una amenaza contra una población indefensa.