El reinado de Tiberio, segundo emperador romano, cuya figura aparece rodeada de una aureola de crueldad y corrupción, contribuyó en gran medida al asentamiento del poderío de Roma.
Tiberio Claudio Nerón nació en Roma el 16 de noviembre del 42 a.C. Perteneciente a la ilustre estirpe Claudia, tras el matrimonio de su madre, Livia, con Augusto, entró a formar parte de la familia imperial. Educado para la vida militar, sus campañas en Panonia y Dalmacia le granjearon el favor popular, y el 12 a.C., a instancias del emperador, se divorció de su esposa Vipsania y contrajo matrimonio con la hija de aquél, Julia. Seis años después fue investido tribuno, pero ante lo comprometida de la situación en que colocaba la vida licenciosa de su mujer, y temeroso de denunciarla ante Augusto, decidió exiliarse voluntariamente a la isla de Rodas.
La muerte de sus sobrinos Cayo y Lucio César, herederos oficiales del trono, y el destierro de Julia, impulsaron el regreso a Roma de Tiberio, que obtuvo nuevas victorias en Germania y fue finalmente adoptado por Augusto. Tras la muerte de éste en el 14 de la era cristiana, el Senado eligió como sucesor a Tiberio que así, ya cerca de la vejez y bajo el nombre de Tiberio Julio César Augusto, inició su controvertido gobierno. En sus primeros años supo consolidar con firmeza la economía y las instituciones imperiales, para lo cual redujo drásticamente los gastos públicos y aseguró las fronteras mediante una política conservadora y reacia a las conquistas. Tras la muerte de su hijo Druso en el año 23, sin embargo, tendió a delegar su poder en manos de sus consejeros, en particular el prefecto del pretorio Lucio Sejano, lo que dio pie al aumento de la corrupción.
En el 27 Tiberio se retiró a la isla de Capri, desde donde gobernó por intermedio de Sejano, y durante el resto de su vida sometió a Roma a un régimen de terror que, junto a las descripciones de la amoralidad reinante en su villa de Capri por parte de historiadores posteriores como Tácito y Suetonio, constituyen la base de su macabra fama. Al margen de la mayor o menor veracidad de esta leyenda, que algunos historiadores consideran exagerada, lo cierto es que Tiberio, no perdió nunca el control de Roma, hecho en su manifiesto en su orden de ejecutar a Sejano en el año 31, y tras su muerte dejó un imperio firmemente establecido. Tiberio murió en Capri el 16 de marzo del año 37.