Pensarnos aislados del mundo no es una opción. Estar desconectados digitalmente solo aumenta las brechas sociales, económicas, culturales y políticas, y por eso hoy se habla de inforicos e infopobres para señalar las inequidades entre aquellos que gozan de un acceso permanente a la información como combustible para su desarrollo.
En Santander, con una penetración de Internet dedicado de solo el 18,7% según cifras del MinTIC en su última medición, encontramos barreras para el desarrollo, el germen para el aumento de infopobres.
Necesitamos Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) para la educación y desde ahí, para la cultura, el turismo, las finanzas, la telemedicina y hasta para la movilidad. Sí, para la movilidad porque si se estimula el teletrabajo, en muchas de las empresas de la economía de servicios, la eficiencia es más alta y hay menos gente ocupando espacio público en las vías.
Pero debemos dejar de pensar que las TIC solo benefician los contextos urbanos. Con una más alta cobertura de conectividad, las personas en la ruralidad podrían insertarse en economías más allá de sus fronteras naturales. Esto, unido al concepto de TIC para fortalecer los encadenamientos productivos, debería llevar a nuestros campesinos a que no se conformen con salir a vender canastillas de mandarinas desde Confines a Socorro, sino que se transformen las materias primas y se comercialicen ceras, mermeladas y jabones con aromas cítricos en mercados de los países vecinos.
Debemos estimular, por poner ejemplos, que se pongan en marcha tecnologías como blockchain para que haya una mayor trazabilidad de los recursos públicos; inteligencia artificial para el servicio al cliente; drones para la detección de plantas enfermas; sensores biométricos para la gestión del riesgo; realidad aumentada para el turismo e impresión 3D para nuevos modelos de manufactura.
Por eso debemos fortalecer la conectividad digital porque su infraestructura contribuye a garantizar que los ciudadanos podamos conocer experiencias en otras latitudes, dar a conocer las nuestras; formarnos en habilidades específicas y así llegar a generar ideas de emprendimientos de alto impacto.
El tamaño de nuestras ambiciones es el tamaño de nuestros mercados; las fronteras son mentales.
(Nota: Columna publicada originalmente en Vanguardia el 1° de mayo de 2019)