Revista Opinión
La primera vez que me hizo susto, que yo fuera consciente, fue Ibáñez Menta y su serie 'Historias para no dormir' Eran años de blanco y negro, televisión cuánto más lejos mejor, -se decía que a mayor distancia de la pantalla mejor se veía, lo que nos llevaba a estar siempre en la diagonal del salón,- cocina de carbón y Pirenaica a las nueve. El relojero, tuerto y con joroba, era el asesino en serie, el fondo sonoro de los TIC-TAC y de los CU-CU de relojes todo tipo, que cometía sus crímenes entre su clientela, terrorífico el gachó. Creo que desde entonces no veo pelis de miedo, no estoy dispuesto a sufrir.
La misma sensación tuve la primera vez que me subí en una montaña rusa. Fue años más tarde, mientras se producía el acercamiento a una adolescente que disfrutaba con esas emociones fuertes, y probé a tirarle los tejos en una vagoneta que subía y se precipitaba al vacío, una y no más, que miedo pasé...., y por cierto, ligué con la montañera-rusa; pero no he vuelto a montar en esos cacharros de tortura emocional, tampoco estoy dispuesto a experimentar lo que se siente segundos antes de estrellarte en caída libre.
Creo que, tanto por el miedo en las películas, en mi familia siguieron viendo las historias para no dormir, como las montañas rusas, en el caso de mi ligue de adolescencia, -que pienso que sigue subida en alguna -, algo extraño hay en este gusto por el susto. Más tarde he comprobado que la afición al masoquismo esta muy extendida, de lo contrario me cuesta entender el comportamiento electoral del personal, después de cuatro años de Partido Popular, o Ciudadanos y su papel de soporte de PP en Madrid, en Andalucía al PSOE, o en Cádiz dando cobertura a un más que amortizado Fran González, que haya gente que los vote, a no ser..., eso, lo del masoquismo, que da placer, y nos hace ser felices con el sufrimiento propio.
TIC-TAC es lo que hace el reloj que compré para mi casa. No es un reloj de complicada maquinaria suiza, tampoco es un reloj de los que salen unos pajaritos de su casita para dar las hora y los cuartos. Es una foto de alguna famosa torre londinense, con un reloj a pilas incrustado sobre el reloj fotografiado de la torre, me pareció simpático, cubría dos objetivos, el puramente decorativo y el de medir el tiempo.
Pero, parafraseando a Sabina, duró lo que dura el trayecto del chino a mi casa, y al llegar coincidieron las agujas del segundero y la de los minutos en las 'y veinte', y de las seis y veinte no pasa, eso sí, el TIC-TAC sigue recordándome al asesino en serie, pero me hacen compañía y me mecen en las noches de insomnio, que se congelan en esa hora fija. Un poco de susto me sigue dando el sonido del reloj, pero no llego a encontrar el gusto a eso del masoquismo.
Creer que nada tiene solución, que nada se puede cambiar me da miedo, comprobar una y otra vez que la libertad, la dignidad pueden ser solo palabras, me da miedo. El miedo me da miedo.