El tiempo es una rueda de noria, a la que nos atan en cuanto nos sacuden la infancia, dándonos la enhorabuena porque por fin vamos a ser gente de provecho. Atados como mulas, giramos y giramos, sin saber por qué, ni para qué, sólo que el tiempo pasa y nosotros pasamos con él, sacando agua ajena sin cesar de ese pozo impertérrito, sacando en cubos nuestra propia vida.
Giramos porque nos dicen que giremos y el tiempo cruel no nos permite no girar, nos obliga, nos usa, no podemos detener el tiempo. Éste sólo nos empuja para que saquemos agua al servicio de un poderoso dios al que nada le importa lo que hagamos con nuestra vida mientras seamos útiles a sus intereses.
Como pobres mulas, que caen rendidas e incapaces de hacer girar más el tiempo, somos reemplazados por nuevos jumentos, con más brío, deseosos de sacarse la vida de las entrañas para regalárselas al dios ignoto de la frustración.