Suena el despertador: son la 7 de la mañana… Tengo 30 minutos para arreglarme, desayunar y salir disparada hacia el trabajo… Son las 8:30, estoy en un atasco y tengo una cita a las 9h…
Estos son tan solo algunos ejemplos representativos de nuestro día a día. Intentamos tener el control total de nuestro tiempo pero no siempre es posible, y vivimos en una sociedad completamente mediatizada por él. Nuestro día a día está programado en función de las horas, minutos, segundos… y nos apresuramos a que no se nos escape ni una sola milésima para poder cumplir con los quehaceres cotidianos. Y a menudo, esto nos supone una importante fuente de estrés…
Pero por fin llega NUESTRO MOMENTO y salimos a correr. Sin embargo, paradójicamente, a menudo seguimos conectadas al tiempo. Nos ponemos nuestro cronómetro y, ¡venga! a contar los minutos, segundos y décimas que tardamos en hacer nuestro entrenamiento. Si bien es cierto que el crono puede ser un buen aliado a la hora de mantener nuestra motivación y objetivar nuestro progreso en carrera, también es cierto que cuando el tiempo no nos responde como queremos puede tener un efecto adverso y mermar nuestras ganas de seguir entrenando. Y es que a menudo obviamos que nuestro rendimiento “en tiempo” puede venir determinado por nuestro estado físico, mental y emocional. No siempre un buen tiempo significa un buen entreno y viceversa. Muchas veces la actitud, las ganas, el empeño y el esfuerzo que ponemos a la hora de afrontar una sesión de running son los elementos claves para mejorar, y conseguir superarnos cada día. Para ello, hay ocasiones que es mejor dejar nuestro crono en el cajón de la mesita de noche y salir a correr en función de nuestras sensaciones. Sin embargo, existen métodos para poder valorar nuestra intensidad a través de una valoración perceptiva-subjetiva, como puede ser la escala RPE (del inglés, Rate Effort Perception; nivel de esfuerzo percibido) creada por Gunnar Borg.
Esta escala, dentro del ámbito de las ciencias del deporte se ha utilizado tanto en contexto aplicado, como en investigación, ya que permite una valoración rápida, sencilla, económica y a la vez válida y fiable del esfuerzo realizado durante el ejercicio. Y cada una de nosotras podemos utilizarla al final de nuestra sesión de running, valorando nuestras sensaciones. De esta manera, sabremos hasta qué punto nos hemos esforzado, sabiendo que hemos entrenado correctamente, independientemente del tiempo que hayamos invertido.
Tal y como se observa en la imagen, la escala RPE de Borg oscila entre valores de 6 y 20 (si los multiplicamos x 10 irían entre 60-200 que se corresponderían con el rango teórico de frecuencia cardíaca de nuestro organismo), donde un valor de 6 equivaldría a un esfuerzo mínimo, y un valor de 20 a un esfuerzo máximo. A nivel orientativo, por ejemplo, valores entre 13 y 14 se corresponderían a llevar un ritmo que aunque nos resulta un poco intenso, lo podemos mantener corriendo con relativa comodidad; valores a partir de 17 representarían un esfuerzo intenso no podemos mantener durante mucho tiempo en carrera.
A pesar que la escala RPE no nos aporta una información objetiva de la intensidad, ya que se basa en nuestra propia percepción, si presenta numerosas ventajas. Por un lado, nos permite evaluar nuestro entrenamiento sin necesidad de estar “enganchadas” al tiempo. Además, nos obliga a reflexionar acerca de nuestro propio esfuerzo, nuestro estado global después del entrenamiento, lo que nos permite conocernos mejor, y aprender a detectar nuestras propias sensaciones de fatiga consecuencia del ejercicio. Incluso si la respondemos de manera previa a la sesión de running, nos puede ayudar a conocer nuestro estado físico-emocional para enfrentarnos al entrenamiento y ajustar su intensidad.
En definitiva, puede resultar una herramienta muy útil para dedicarnos un tiempo para sentirnos en función de nuestras propias sensaciones, y no según los valores que arroja el crono.