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Tiempo de oportunidades

Publicado el 01 marzo 2014 por María Mayayo Vives
Hay días en que me miro al espejo y me veo triste. Debo de tener la moral un poco anoréxica. La tristeza, como la obesidad, es un concepto muy subjetivo. "No estoy gorda, estoy cerca", dice una amiga mía que hace años que no se ve los pies. Supongo que es este optimismo visual el que echa de menos en mí alguien que se aburre a veces conmigo y me pide que cambie el disco. Hay quien, allí donde algunos escuchamos la sicofonía de un país en ruinas, es capaz de oir un tango y bailarlo hasta el amanecer. La vida, al final, puede ir de eso, de proyectar lo que no suena, de convencerse de que las crisis no existen, de que nada, en realidad, es más que un estado de ánimo.
No importa que uno sea albañil en paro en tiempos en que ya no se construyen ni casas de palillos. Lo importante es no perder el optimismo vital y el espíritu emprendedor. Que se lo digan a la parada más famosa de Villarrobledo, que acudió al ayuntamiento en busca de trabajo y salió con dos ofertas firmes: dar a su hija en adopción o meterse puta. Existe otra posibilidad, que sería meterse en política, pero quizá esta opción suene demasiado desesperada y, esta noche, no querría caer en derrotismos. Lo que debería salir de todo esto es que, a pesar de que hay momentos en que parece difícil vivir incluso con los ojos cerrados, se puede coger el toro por los cuernos y hacerse un estofado con el rabo.
Por eso, mejor les hablaré de mi amigo Juan, profesor desde que terminó la carrera hasta que comenzó la desaceleración en seco. Entonces, recluido en un bajo sin calefacción de un barrio tradicional, decidió invertir su tiempo en escribir un diario de humor negro en plan "si la vida te da limones, pide tequila y brindemos". Juan está hecho de esa pasta especial que no se derrite en el fragor de la batalla. No como yo, que a los seis o siete años  ya había decidido que, de mayor, sería payaso y aquí me tienen, calzando un treinta y siete. Está claro que me faltó entusiasmo porque ser payaso en este país es una de las profesiones más viables y que requieren de menos inversión.
Juan, sin embargo, ha pasado casi cinco años tumbado para poner en pie un manual de vida escrito de esa esperanza que tanta falta nos hace. Resulta que hay personas con la capacidad suficiente para alumbrar el tiempo que pisamos sin amarrarse al tiempo unicamente. Personas que sobrevuelan lo que nos ata a nuestros miedos huyendo de tópicos pluralizados sin resignarse sólo a lo que se ve. Juan es de esas personas que nunca pierde y hoy el día en que una editorial ha decidido comprarle sus horas de insomnio por el precio de un invierno de calefacción bajo un nuevo techo y el brindis que merece por no dejar de invertir en optimismo, por saber darle la vuelta al frío, por ser uno de esos individuos que, donde todos vemos menos, ve más. Y, así, también se vive.
Por tanto, estimados lectores de la crisis a lo mondo y lirondo, entérense, no es que Suiza ahora esté más cerca, es que España está más gorda. Tanto que, en vez de Mariano, parece que a esta España la haya pintado Botero. Siendo así, quizá sea hora de empezar a reirse de esta vida de porcelana que parece que se nos rompe. Háganlo. Báilense un zapateado sobre el charco de la pena, jueguen a construir castillos con los restos de esta ruina, cómanse los brotes verdes a mitad del túnel, y, sobre todo, empéñense en cumplir sus sueños y no se conformen con roncarlos. El resto es todo mentira.
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