Comenzó cuando una tía le regaló un reloj pulsera, redondo con una especie de cielo oscuro en el centro y forma de plato volador "Lanco, disco volante" decía la publicidad. No tenía números solo unas rayitas bronceadas (de bronce, no por el sol) con una pulsera que lo sujetaba a su muñeca izquierda de color azul, algo raro pues la mayoría de los relojes traían pulseras marrones, negras, o bien metálicas que se estiraban de acuerdo al tamaño de la muñeca del usuario. Después adquirió un Cítizen, rectangular con pulsera de acero inoxidable. Este a diferencia del Lanco en el centro tenía como una especie de mapa antiguo del mundo y cuando recibía la luz según el ángulo, cambiaba el color. Si se habrá lucido Juan con este reloj. Ya por aquel tiempo trabajaba como vendedor en una zapatería del centro, y cuando le tocaba escribir alguna cosa lo hacía extendiendo bien adelante su brazo izquierdo para lucir su Citizen reluciente; que alguien le dijera, "Que hermoso reloj¡," era motivo suficiente para que Juan se olvidara que vendía zapatos y comenzara a hablar de las bondades de esa máquina que desde su muñeca izquierda le permitía con solo una rápida mirada anticipar el futuro inmediato.
Dentro de treinta minutos cerramos, a la una almuerzo, a las dos y media juego billar con los muchachos, a las cuatro vuelvo a la zapatería hasta las ocho, luego la cena y después paso a saludar a Sofía. Todo perfectamente cronometrado y controlado gracias a ese pequeño aparatito que no molestaba para nada, y que solo pedía ser acariciado cada mañana con los dedos pulgar e índice para "darle cuerda" para que su corazón metálico siguiera el ritmo de 60 tic.tac cada minuto.
Después de aquellos dos relojes iniciales, siguieron otros, que a medida que mejoraba la tecnología fueron incorporando otras funciones: sumergibles, contra golpes, luminosos, con control de tiempo hacia adelante y hacia atrás, con control del ritmo cardíaco, con alarmas de diversos tipos, calendario, esfera luminosa, con pilas, sin pilas, con carga solar. Y Juan los compró todos... Pero no solo los de muñeca, también llenó su casa de relojes de mesa, de pared, de pié, colocó uno solar en el patio de su casa, y en cada ambiente siempre, pero siempre se podía escuchar un coro de voces metálicas, con algún que otro cucú sobresaliendo con chillona estridencia sobre los demás. Cuando se puso de novio con Sofía, la que sería luego su mujer, fue Luis Miguel cantando “El reloj” quien convirtió el tema en la canción inolvidable de ambos. La bailaban apretaditos, mientras él por sobre el hombro de su compañera miraba su flamante”BulovaAccutron” que brillaba como una estrella encandilándolo casi embriagándolo más que aquella atmósfera de romanticismo, música suave y esa fragancia fresca cítrica que distinguía a su novia. Nació luego Sebastián el hijo de ambos, y fue el "Mono Relojero" el primer juguete que Juan acercó a sus pequeñas manos. Su biblioteca se nutrió de títulos tales como,: A la hora señalada, y luego la versión más actualizada “El tren de las 3.10 a Yuma”, El caso del reloj enterrado, El ermitaño del reloj, Los ojos del reloj, El juego de las horas, Tiempo de Revancha y tantos otros donde la palabra reloj, tiempo, hora, siempre estaba presente. Pero el sueño de Juan era tener “el reloj”, el de la cruz de calatrava, ese que usan los magnates, banqueros y políticos y dentro de esa marca un modelo cuyo costo rondaba los diez mil euros, numerado y con certificado de autenticidad personalizado. Un reloj único para un tipo único. Cuando pudo reunir esa suma, Juan no tuvo con quien compartir la alegría de tener “el reloj”. Sofía hacía años que se había alejado de su vida. Lo dejó por el hijo del farmacéutico de la vuelta y ambos se habían ido al sur. El nuevo amor de su ex mujer era más joven y con mayor predisposición para estar junto a ella, que la demostrada por Juan que prefería estar entre sus relojes. Sebastián había recibido una beca y estudiaba en el exterior; tenían muy poca comunicación. Juan sintió al abrir el estuche donde reposaba el preciado reloj, que algo húmedo se escapaba lentamente de sus ojos y resbalaba por sus mejillas. Eran lágrimas, pero no de alegría sino de soledad. Los 176 relojes que había acumulado a lo largo del tiempo, también parecían haberse puesto de acuerdo para torturarlo. Ya no estaban sincronizados como cuando tenía cinco o seis. Ahora daban el top, unos antes, otros después, algunos estaban totalmente silenciosos y Juan se empezó a cuestionar la utilidad de los relojes en relación a la vida y el tiempo. Aquí eran las ocho de la mañana, pero en Japón las ocho de la noche, en Canadá podrían haber entre una y cuatro horas de diferencia, y en Australia eran trece horas más. Y allí se dio cuenta que tratar de dominar al tiempo, esa figura intangible que permite ordenar los sucesos en secuencias, era solo una quimera pero con un resultado cierto, una agobiante sensación de haber perdido tanto tiempo en el empeño, y sentir que 24 horas en soledad es mucho, muchísimo tiempo..
Gracias:http://www.youtube.com/user/saitanlua
Una Joyita extra:
Yo había dado por terminado este post, cuando recordé un cuento breve del gran escritor Julio Cortázar relacionado con los relojes y pensé, sin que esto pueda tomarse como una irreverencia, incluirlo como cierre de las vicisitudes de Juan. Lo tituló "Instrucciones para dar cuerda al reloj" y es éste: Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca.
Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa.
Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj. (Julio Cortázar)