Las novelas de Haruki Murakami ejercen sobre mí un efecto casi hipnótico: empiezo a leerlas y me aíslo completamente, sumergida en otra realidad de tiempo lento y sin embargo intenso, una fórmula cuyos ingredientes aspiro a conocer y saber mezclar, algún día.
No es trivial que esté leyendo precisamente ahora Kafka en la playa, tras haber devorado dos novelas policíacas de mi admirado Petros Màrkaris (Con el agua hasta el cuello y Muerte en Estambul) y otra del mismo género, pero completamente opuesta en su estilo al esquematismo de Màrkaris: me refiero a Máscaras, de Leonardo Padura, que también os recomiendo. Ahora le toca a Murakami y después a La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Joël Dicker. Me guardo aquí la que será, sin duda, interesantísima reseña de Anna Maria Villallonga, para saborearla como se merece.Hoy me he enamorado de una escena de Kafka en la playa o, más concretamente, de un gato que aparece en la página 41 de mi edición en catalán. El protagonista, un quinceañero que se ha fugado de casa, se encuentra en el jardín de una lujosa biblioteca privada:"A mediodía saco la botella de agua mineral y la comida de la mochila, y como sentado en la galería que da al jardín. Hay unos cuantos pájaros que saltan de rama en rama o bajan hasta el estanque para beber o remojarse. Hay alguna especie que no había visto nunca. Al ver aparecer un gato grande y marrón, los pájaros alzan el vuelo, aunque el gato los ignora. Sólo ha venido a tomar el sol estirado sobre la losa."No ha sucedido nada espectacular y, sin embargo, estoy ahí fascinada con esa atmósfera y con este gato gordito y satisfecho que pasa olímpicamente de la algarabía que, sin saberlo, ha provocado con su sola presencia. Probablemente no vuelva a encontrarme a ese gato de nuevo, así que me he demorado un poco en esta escena, y lo he imaginado lamiéndose el pelo, atusándose el bigote y maullando un poco. Me gusta su estilo. Quizás no sea trivial que muchas portadas de este libro muestren la imagen de un gato. Veremos qué pasa.
Me intriga saber qué va a sucederle a este joven aparentemente sin rumbo, y qué relación tiene su historia con la de dieciséis niños que, en 1944, quedaron inconscientes en un bosque, todos al mismo tiempo, y que despertaron sin que los médicos pudieran determinar la causa de este fenómeno, ni por qué afectó únicamente a los niños, y no a la profesora que los acompañaba. Tarde o temprano ambas historias tendrán que unirse, y me muero de ganas de saber cómo. Voy a seguir. ¡Felices lecturas!