Lavapiés, el hondón de Madrid
La cuarta novela de David Benedicte (tras Travolta tiene miedo a morir, Valium y Guía Campsa de cementerios, y después, también, de cinco poemarios) encierra una historia durísima; la del retrato de la supervivencia de los inmigrantes árabes sin papeles en España.Benedicte construye un relato fluido, armado con lenguaje coloquial y frases brevísimas, que, antes que entrecortar el ritmo, consiguen avivarlo, y que revelan esa faceta de poeta del autor en tanto que trabajo cuidadoso con las palabras oración tras oración, y que permite reconocer la construcción de sus poemas en estas páginas. El escritor es hábil para introducir la crítica sin perder el pulso de la narración y la atmósfera corrosiva (pues su habitual sarcasmo empapa todas las líneas) que confecciona. Equilibrando la muestra costumbrista, el narrador nos enseña la miseria, las dificultades, los miedos y las frustraciones de este sector de población. Recoge Benedicte, por tanto, la mejor tradición crítica de la novela negra para fijarse e iluminar los márgenes de la sociedad pero sin complacencia, idealización ni proyecciones de irreal soberbia. Lo hace, en definitiva, sin regodearse en lo marginal, sino con una mirada serena. De hecho, supera el retrato costumbrista con su óptica indócil, con una perspectiva crítica que le permite indagar en los sujetos que esta sociedad construye:
Solamente creen en el odio. Y en un dios que consideran exclusivamente suyo. Dios, Alá, Buda, Mahoma, CristoPara ello, encuentra una ubicación muy representativa; el barrio de Lavapiés de Madrid (aunque luego amplía el marco a otras partes de la ciudad):
Lavapiés era, entre otras muchas cosas, el hondón de Madrid adonde habían venido a parar los desclasados, los sintecho, los tripulantes de las pateras, las sombras que ocupaban durante todo el día los solitarios cibercafésPero el narrador no lo emplea basándose en el guiño cómplice, si no como especificación de un ámbito singular con una sociología muy concreta; como escenario real.
David Benedicte. Resistencia
Pero Benedicte despliega el multiperspectismo, y así se incorporan ópticas (y los registros lingüísticos) de otros personajes como su hermana de 7 años, una perra, un policía municipal hundido, un directivo de los informativos de televisión, etc. Los personajes se enlazan, dándose paso unos a otros. El escritor sabe utilizar muy bien los distintos tonos y registros narrativos que le ofrecen. Mediante todas ellas, el autor traza una denuncia de la exclusión y de la miseria (económica y moral) de nuestro entorno.De hecho, Tiempo muerto para Alí es una novela de personajes, pues el autor se centra en ellos, en su mundo y en el mundo que los rodea más que en desarrollar la trama, a pesar de que arranca de una manera trepidante. Se trata de una obra generosa en la construcción de estos personajes y en su evolución, pues cada uno conserva una sólida historia tras de sí.Por otra parte, existe una gran condensación temporal en la novela: toda la historia transcurre en menos de un día. De hecho, cada capítulo se corresponde con una de las horas, en los que va saltando el foco de un personaje a otro.A su vez, de manera más ocasional, hay que subrayar tanto un pasaje experimental, donde se introducen juegos tipográficos (con la excusa de una alucinación), tan del gusto del Benedicte poeta, como la crítica al periodismo actual (profesión del autor), donde prima el mercadeo de información y su espectacularización en detrimento del rigor y del derecho social a la información en un sistema democrático.Así, Tiempo muerto para Alí es una novela demoledora, bien construida, con personajes complejos, que termina por convertirse en un canto coral a la resistencia cotidiana, a los ciudadanos humildes.Ediciones B, 2015Compra en Casa del LibroAlberto García-Teresa