Para mis padres, por su cuadragésimo segundo aniversario
No hace tanto tiempo que los amigos nos reuníamos bajo el calor de un techo, de una de aquellas "cabañetas" que, hechas a base de ramas y paja, abrigaban nuestra intimidad lo mismo que ahora puedan hacer nuestros hogares, para escribir cartas de amor a una desconocida amiga, o planear nuestra siguiente travesura que removiera el mundo adulto. Eran momentos de reclusión, pero también de comunión, donde apenas importaba lo que sucediera más allá de aquellas paredes de ramas. Es ahí, en esos momentos, cuando se construye quien uno es. No creo, como dicen los manuales, que la identidad, ni la de los individuos ni la de los pueblos, sea resultado de ninguna construcción, de una narración que, hecha desde el presente, sea constructora de sentido. No dudo que esta narración exista, pero no somos por ella. Más bien, construimos narraciones (si lo hacemos) porque primero fuimos, nos abrigamos en aquel espacio para la intimidad, abriéndonos al mundo y avivando una curiosidad que solo el tiempo, y quizá la eternidad, pueda terminar de germinar, hasta que ya no se pueda ser más.
Gracias a los dos, que tanto nos dejasteis construir.