Revista Cultura y Ocio
TIEMPO Y ENTORNO DE MIGUEL DE CERVANTES
Miguel de Cervantes Saavedra aparece en un período realmente trágico del vivir hispánico, en aquella compleja Edad conflictiva de que nos habla Américo Castro. Es decir, en el primer momento decisivo de un cambio histórico entre el auge del imperialismo español (con el triunfo de la escuadra de la Santa Liga, mandada por don Juan de Austria sobre la fuerza naval turca en el golfo de Lepanto en octubre de 1571) Y la amarga resignación del fracaso de la Armada Invencible, tan fácilmente vencida.
Es el comienzo notorio y palpable de nuestra decadencia. Pero es también un momento en que todas las formas culturales de la Península se hallaban en plena madurez. Viejas y nuevas universidades e innumerables colegios, desde los tiempos del cardenal Cisneros y del maestro Antonio de Nebrija, elevaron el nivel cultural de la sociedad española a todo lo largo del siglo XVI.
No quiero extenderme en este tema del evidente auge cultural, que nos ocuparía demasiado tiempo. Tan solo recordar que muchos españoles, (casi todos miembros de la Compañía de Jesús) y destacados en los estudios de filosofía y teología, habían sentado cátedra en las universidades de Roma: el biblista Maldonado y los teólogos cardenal Toledo, Francisco Suárez, Gabriel Vázquez y otros; de París (padres Juan de Mariana y Alfonso Salmerón); en Lovaina y Oxford (Juan Luis Vives), en Coimbra (Luis de Molina y el mismo padre Suárez). Luego, el padre Luis de Molina enseñó veinte años en Évora. El toledano Alonso de Pisa enseñó en las universidades de Dilinguen e Higolstadt.
Las célebres imprentas de los Giunta y de Planti, en Venecia y Amberes, imprimían muchos libros en castellano; en Bruselas tambien, en cuyos excelentes talleres impresores se hablaba el español correctamente. La monumental Biblia Políglota de Benito Arias Montano salió de una de aquellas imprentas, costeada por Felipe II. En otra se imprimió por vez primera el Lazarillo de Torrnes. En Castilla, los jesuitas padres Astete y Jerónimo de Ripalda renovaron y mejoraron los catecismos populares y el maestro Juan Bonifacio elevó la pedagogía de su tiempo con el tratado latino Christiaf pueri institut adulescentiaeque periouginum, instaurando las bases de una más eficaz educación Alumno suyo en Medina del Campo fue el adolescente Juan de Yepes, luego san Juan de la Cruz.
Cervantes fue clarividente como pocos en este decisivo tránsito de nuestra historia. El escritor más optimista y riente se ha de convertir, por lógica inflexible, en el maestro de un hamanismo trágico y desesperanzado. Pero no debe por esto pensarse solo en el lado doloroso de la obra cervantina, en sus escritos del cautiverio de Argel, aquellos cinco años de dolor y de rabia. Nuestro novelista y autor de comedias reúne tal cantidad de elementos, y su visión de la vida y del mundo es tan compleja e integral, que su producción ofrece multitud de facetas.
Un crítico certero, Ángel Valbuena, escribe: «Toda interpretación unilateral de Cervantes es coja y partidista, tanto la romántica, como la realista, como la noveutaiochista, como la que quiere ver en la gran novela una actitud meramente fracasada y antiheróica. Es tan rico el mundo cervantino, tan español y tan universal a la vez que en el hay motivos para reir y para llorar, para exaltarse y deprimirse, para meditar o entregarse al mero pasatiempo.
Sin duda su genio y las particularidades de su intensa y compleja vida fueron necesarias para que se realizara en Cervantes la síntesis suprema de nuestras letras».Miguel de Cervantes surge efectivamente en una generación muy lograda de nuestro Renacimiento, la de los nacidos entre los años 1535 y 1549.
Quince años es el tiempo minimo necesario para que cuaje una nueva generación de personas, que necesitarán otros quince años más para que los mejor dotados escalen puestos eminentes en la sociedad. De forma que esta generación estricta -conforme al esquema fijado por Ortega y Gasset y Julián Marías, que lo aplican en especial al siglo XX-tiene su punto medio de nacimientos en 1542 y su sazón treinta años después, en 1571.
Por eso yo la he llamado la generación de Lepanto. A esta generación socio cultural pertenecieron muchos miles de personas en Europa, y de entre ellos, tan solo en España pertenecen algunas figuras extraordinarias, además de Cervantes, nacido en 1547. Señalaré unos pocos: el filósofo Francisco Suárez, cuyas Disputationes Metaphysicae son la más importante obra de filosofía que se ha dado en toda nuestra historia, leída por Descartes y Spinoza e influyente en Europa hasta los comienzos del siglo XX; fray Juan de la Cruz, el Doctor Místico, extraordinario maestro de la introspección psicológica y autor de una poesía depurada y genial; los escritores Mateo Alemán y Dr. Cristóbal Suárez de Figueroa; el dominico fray Alonso de Cabrera, predicador preferido de Felipe II y catedrático en Osuna; el franciscano Francisco Solano, nacido en 1549 en Montilla (Córdoba), hoy canonizado, modelo de misionero en América; el mercedario Francisco Zumel (1540-1607), profesor de filosofía en la universidad de Salamanca y Maestro general de su Orden.
Nacidos fuera de nuestras fronteras, a esta generación pertenecen: el pintor Dominico Theotocopuli, el Greco; en Italia, el filósofo heterodoxo Giordano Bruno, y san Roberto Bellarmino, de la Compañía de Jesús, cardenal y agudo controversista con los protestantes; en Francia, Pierre Charron, nacido en 1541, renovador del escepticismo; en Bélgica, lust Lips,que latinizó su nombre (Iustus Lipsius, 1547-1606), célebre difusor de la filosofía estoica y elegante escritor latino: mantuvo correspondencia con Arias Montano y Francisco de Quevedo.
A pesar de ser Cervantes, probablemente, el más laico de nuestros grandes escritores del Siglo de Oro --en el sentido más recto y etimológico de la palabra laico, es decir, seglar, a la par con un Garcilaso, por ejemplo-, su obra se mueve dentro del más estricto catolicismo, como no podía ser por menos.
Sin duda, su época marcaba ya un matiz diverso al de las dos grandes generaciones precedentes, de santos, escritores ascéticos y reformadores, de la valía del maestro Ignacio de Loyola, iniciador y primer general de la Compañía de Jesús; del predicador por toda Andalucía San Juan de Ávila, nacido en Almodóvar del Campo; de fray Luis de Granada, inmenso orador sagrado y escritor delicado y sensible; el reformador de los franciscanos san Pedro de Alcántara; san Alonso de Horozco, agustino, nacido en Oropesa, escritor y predicador insigne o la gran reformadora madre Teresa de Jesús ...
Estos y otros muchos maestros de espiritualidad, respaldados doctrinalmente por los decretos conciliares de Trento, que comienzan a aplicarse en 1563. ejercieron un influjo muy hondo en la religiosidad de los españoles de su siglo, y la enriquecieron sensiblemente. Mas también fue muy fuerte otra corriente paralela naturalista, cuajada en el Quattrocento italiano, que explica las grandes laxitudes morales de su época, patentes (por ejemplo) en la vida del gran Lope de Vega, que ya pertenece a la generación siguiente, o en el léxico cínico y desvergonzado hasta la brutalidad de Góngora y Quevedo.
Este ambiente de laxitud moral se dio más aún en Italia, precisamente cuando se encontraba en ella Miguel de Cervantes, primero como servidor del cardenal Acquaviva, luego como soldado distinguido. Esa «vida libre de Italia» le marcó para toda la vida. Más trágica e intensa fue la experiencia de crueldad e inmoralidad durante los cinco años que pasó en Argel como cautivo. Bien es verdad que ya hombre maduro ingresa en la Tercera Orden franciscana y en la piadosa y elitista hermandad madrileña Esclavitud del Stmo. Sacramento.
Gracias a los actos comunitarios de estas dos asociaciones, Cervantes recuperó el vigor de su vida cristiana, que nunca había perdido del todo. También debemos recordar que Cervantes tuvo una hermana monja, sor Luisa de Belén, que fue carmelita descalza (1546-1620). Lo cierto y fuera de toda duda es que Cervantes se sintió siempre como parte integrante de la Cristiandad y considera a España como la fuente diestra del catolicismo militante. Su orgullo de haber participado en la más alta ocasión que vieron los siglos -como él llamaba a la batalla de Lepanto- va unido en su recuerdo al sentido pleno del triunfo de las armas cristianas.
Del cautiverio en Argel recoge en su teatro episodios emocionantes de heroismo y martirio que él presenció, y en sus versos expone la más depurada doctrina católica sobre la Redención y la justificación del hombre pecador cooperando a la gracia con obras transidas de amor de caridad. «Lo que hay en Cervantes -escribe certeramente mi maestro Ángel Valbuena- es la profunda y activa religiosidad del hombre seglar, a diferencia de la posición contemplativa del místico.
Es la militante religiosidad del hombre de las armas, lo que hace decir a Don Quijote, aclarando un concepto moral: 'Quiero decir que los religiosos con toda paz y sosiego piden al Cielo el bien de la tierra; pero los soldados y caballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden, defendiéndolo con el valor de nuestros l;Jrazos y filos de nuestras espadas, no debajo de la cubierta, sino al cielo abierto, puestos por blanco de los insufribles rayos del sol en el verano y de los erizados hielos del invierno'».
Dejando a un lado el barroquismo patente en esta frase del Quijote y la leve ironía crítica de las palabras «con toda paz y sosiego», que en la realidad no siempre se daba, parece percibirse aquí un acento de emoción autobiográfica y seguramente de homenaje y recuerdo a su hermano Rodrigo, muerto, ya alférez, en la guerra de los Países Bajos.
Algo más debemos decir de la vida de Cervantes. La personalidad del novelista se manifiesta plenamente en los hechos de su vida. Sabemos que Miguel de Cervantes Saavedra nace en Alcalá de Henares y recibe el Bautismo en la Iglesia Colegiata de Santa María la Mayor en octubre de 1547. Su padre es el médico cirujano Rodrigo de Cervantes; su madre se llama doña Leonor de Cortinas. La familia paterna es originaria de Córdoba, aunque por sus apellidos quiera sugerir que son oriundos de Galieia.
El abuelo fue un abogado de cierto prestigio, el licenciado Juan de Cervantes, buen conocedor del Derecho Político y del AdITÚnistrativo, tal vez compañero de estudios del autor de la Celestina. Como éste, se dedicó preferentemente a la asesoría jurídica de los Ayuntamientos o concejos.
Fue alcalde mayor de Ávila y miembro del Consejo de Gobernación de los estados del duque de Osuna, y más tarde, del duque del Infantado, éste con residencia en Guadalajara. No consta con certeza donde vivió y estudió Miguel durante su niñez. Parece que estuvo en Sevilla y Valladolid, pues su padre cambiaba frecuentemente de residencia, buscando mejor acomodo para ejercer su profesión. De mozo, vivió una temporada en Salamanca.
Pero su principal formación literaria es fruto de su asistencia al estudio municipal de Madrid, que regentaba el maestro Juan López de Hoyos, excelente humanista y simpatizante de las obras de Erasmo. Estas enseñanzas, por cierto, eran gratuitas, como también las impartidas en los Colegios de Jesuitas. De López de Hoyos era discípulo Cervantes cuando tiene catorce años. A los veinte, éste maestro le publicó sus primeros versos. Pasan los años y Cervantes no logra frecuentar ninguna universidad ni tiene oficio conocido. Yo sospecho que fue amanuense de algún notario o escribano público, pues Miguel de Cervantes tiene una letra puelquérrima y muy cursiva, lo que indica muchas horas de ejercicio de la pluma.
JOSÉ CARLOS GÓMEZ MENOR FUENTES Numerario http://realacademiatoledo.es/wp-content/uploads/2014/01/files_toletum_0051_05.pdf
Miguel de Cervantes Saavedra aparece en un período realmente trágico del vivir hispánico, en aquella compleja Edad conflictiva de que nos habla Américo Castro. Es decir, en el primer momento decisivo de un cambio histórico entre el auge del imperialismo español (con el triunfo de la escuadra de la Santa Liga, mandada por don Juan de Austria sobre la fuerza naval turca en el golfo de Lepanto en octubre de 1571) Y la amarga resignación del fracaso de la Armada Invencible, tan fácilmente vencida.
Es el comienzo notorio y palpable de nuestra decadencia. Pero es también un momento en que todas las formas culturales de la Península se hallaban en plena madurez. Viejas y nuevas universidades e innumerables colegios, desde los tiempos del cardenal Cisneros y del maestro Antonio de Nebrija, elevaron el nivel cultural de la sociedad española a todo lo largo del siglo XVI.
No quiero extenderme en este tema del evidente auge cultural, que nos ocuparía demasiado tiempo. Tan solo recordar que muchos españoles, (casi todos miembros de la Compañía de Jesús) y destacados en los estudios de filosofía y teología, habían sentado cátedra en las universidades de Roma: el biblista Maldonado y los teólogos cardenal Toledo, Francisco Suárez, Gabriel Vázquez y otros; de París (padres Juan de Mariana y Alfonso Salmerón); en Lovaina y Oxford (Juan Luis Vives), en Coimbra (Luis de Molina y el mismo padre Suárez). Luego, el padre Luis de Molina enseñó veinte años en Évora. El toledano Alonso de Pisa enseñó en las universidades de Dilinguen e Higolstadt.
Las célebres imprentas de los Giunta y de Planti, en Venecia y Amberes, imprimían muchos libros en castellano; en Bruselas tambien, en cuyos excelentes talleres impresores se hablaba el español correctamente. La monumental Biblia Políglota de Benito Arias Montano salió de una de aquellas imprentas, costeada por Felipe II. En otra se imprimió por vez primera el Lazarillo de Torrnes. En Castilla, los jesuitas padres Astete y Jerónimo de Ripalda renovaron y mejoraron los catecismos populares y el maestro Juan Bonifacio elevó la pedagogía de su tiempo con el tratado latino Christiaf pueri institut adulescentiaeque periouginum, instaurando las bases de una más eficaz educación Alumno suyo en Medina del Campo fue el adolescente Juan de Yepes, luego san Juan de la Cruz.
Cervantes fue clarividente como pocos en este decisivo tránsito de nuestra historia. El escritor más optimista y riente se ha de convertir, por lógica inflexible, en el maestro de un hamanismo trágico y desesperanzado. Pero no debe por esto pensarse solo en el lado doloroso de la obra cervantina, en sus escritos del cautiverio de Argel, aquellos cinco años de dolor y de rabia. Nuestro novelista y autor de comedias reúne tal cantidad de elementos, y su visión de la vida y del mundo es tan compleja e integral, que su producción ofrece multitud de facetas.
Un crítico certero, Ángel Valbuena, escribe: «Toda interpretación unilateral de Cervantes es coja y partidista, tanto la romántica, como la realista, como la noveutaiochista, como la que quiere ver en la gran novela una actitud meramente fracasada y antiheróica. Es tan rico el mundo cervantino, tan español y tan universal a la vez que en el hay motivos para reir y para llorar, para exaltarse y deprimirse, para meditar o entregarse al mero pasatiempo.
Sin duda su genio y las particularidades de su intensa y compleja vida fueron necesarias para que se realizara en Cervantes la síntesis suprema de nuestras letras».Miguel de Cervantes surge efectivamente en una generación muy lograda de nuestro Renacimiento, la de los nacidos entre los años 1535 y 1549.
Quince años es el tiempo minimo necesario para que cuaje una nueva generación de personas, que necesitarán otros quince años más para que los mejor dotados escalen puestos eminentes en la sociedad. De forma que esta generación estricta -conforme al esquema fijado por Ortega y Gasset y Julián Marías, que lo aplican en especial al siglo XX-tiene su punto medio de nacimientos en 1542 y su sazón treinta años después, en 1571.
Por eso yo la he llamado la generación de Lepanto. A esta generación socio cultural pertenecieron muchos miles de personas en Europa, y de entre ellos, tan solo en España pertenecen algunas figuras extraordinarias, además de Cervantes, nacido en 1547. Señalaré unos pocos: el filósofo Francisco Suárez, cuyas Disputationes Metaphysicae son la más importante obra de filosofía que se ha dado en toda nuestra historia, leída por Descartes y Spinoza e influyente en Europa hasta los comienzos del siglo XX; fray Juan de la Cruz, el Doctor Místico, extraordinario maestro de la introspección psicológica y autor de una poesía depurada y genial; los escritores Mateo Alemán y Dr. Cristóbal Suárez de Figueroa; el dominico fray Alonso de Cabrera, predicador preferido de Felipe II y catedrático en Osuna; el franciscano Francisco Solano, nacido en 1549 en Montilla (Córdoba), hoy canonizado, modelo de misionero en América; el mercedario Francisco Zumel (1540-1607), profesor de filosofía en la universidad de Salamanca y Maestro general de su Orden.
Nacidos fuera de nuestras fronteras, a esta generación pertenecen: el pintor Dominico Theotocopuli, el Greco; en Italia, el filósofo heterodoxo Giordano Bruno, y san Roberto Bellarmino, de la Compañía de Jesús, cardenal y agudo controversista con los protestantes; en Francia, Pierre Charron, nacido en 1541, renovador del escepticismo; en Bélgica, lust Lips,que latinizó su nombre (Iustus Lipsius, 1547-1606), célebre difusor de la filosofía estoica y elegante escritor latino: mantuvo correspondencia con Arias Montano y Francisco de Quevedo.
A pesar de ser Cervantes, probablemente, el más laico de nuestros grandes escritores del Siglo de Oro --en el sentido más recto y etimológico de la palabra laico, es decir, seglar, a la par con un Garcilaso, por ejemplo-, su obra se mueve dentro del más estricto catolicismo, como no podía ser por menos.
Sin duda, su época marcaba ya un matiz diverso al de las dos grandes generaciones precedentes, de santos, escritores ascéticos y reformadores, de la valía del maestro Ignacio de Loyola, iniciador y primer general de la Compañía de Jesús; del predicador por toda Andalucía San Juan de Ávila, nacido en Almodóvar del Campo; de fray Luis de Granada, inmenso orador sagrado y escritor delicado y sensible; el reformador de los franciscanos san Pedro de Alcántara; san Alonso de Horozco, agustino, nacido en Oropesa, escritor y predicador insigne o la gran reformadora madre Teresa de Jesús ...
Estos y otros muchos maestros de espiritualidad, respaldados doctrinalmente por los decretos conciliares de Trento, que comienzan a aplicarse en 1563. ejercieron un influjo muy hondo en la religiosidad de los españoles de su siglo, y la enriquecieron sensiblemente. Mas también fue muy fuerte otra corriente paralela naturalista, cuajada en el Quattrocento italiano, que explica las grandes laxitudes morales de su época, patentes (por ejemplo) en la vida del gran Lope de Vega, que ya pertenece a la generación siguiente, o en el léxico cínico y desvergonzado hasta la brutalidad de Góngora y Quevedo.
Este ambiente de laxitud moral se dio más aún en Italia, precisamente cuando se encontraba en ella Miguel de Cervantes, primero como servidor del cardenal Acquaviva, luego como soldado distinguido. Esa «vida libre de Italia» le marcó para toda la vida. Más trágica e intensa fue la experiencia de crueldad e inmoralidad durante los cinco años que pasó en Argel como cautivo. Bien es verdad que ya hombre maduro ingresa en la Tercera Orden franciscana y en la piadosa y elitista hermandad madrileña Esclavitud del Stmo. Sacramento.
Gracias a los actos comunitarios de estas dos asociaciones, Cervantes recuperó el vigor de su vida cristiana, que nunca había perdido del todo. También debemos recordar que Cervantes tuvo una hermana monja, sor Luisa de Belén, que fue carmelita descalza (1546-1620). Lo cierto y fuera de toda duda es que Cervantes se sintió siempre como parte integrante de la Cristiandad y considera a España como la fuente diestra del catolicismo militante. Su orgullo de haber participado en la más alta ocasión que vieron los siglos -como él llamaba a la batalla de Lepanto- va unido en su recuerdo al sentido pleno del triunfo de las armas cristianas.
Del cautiverio en Argel recoge en su teatro episodios emocionantes de heroismo y martirio que él presenció, y en sus versos expone la más depurada doctrina católica sobre la Redención y la justificación del hombre pecador cooperando a la gracia con obras transidas de amor de caridad. «Lo que hay en Cervantes -escribe certeramente mi maestro Ángel Valbuena- es la profunda y activa religiosidad del hombre seglar, a diferencia de la posición contemplativa del místico.
Es la militante religiosidad del hombre de las armas, lo que hace decir a Don Quijote, aclarando un concepto moral: 'Quiero decir que los religiosos con toda paz y sosiego piden al Cielo el bien de la tierra; pero los soldados y caballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden, defendiéndolo con el valor de nuestros l;Jrazos y filos de nuestras espadas, no debajo de la cubierta, sino al cielo abierto, puestos por blanco de los insufribles rayos del sol en el verano y de los erizados hielos del invierno'».
Dejando a un lado el barroquismo patente en esta frase del Quijote y la leve ironía crítica de las palabras «con toda paz y sosiego», que en la realidad no siempre se daba, parece percibirse aquí un acento de emoción autobiográfica y seguramente de homenaje y recuerdo a su hermano Rodrigo, muerto, ya alférez, en la guerra de los Países Bajos.
Algo más debemos decir de la vida de Cervantes. La personalidad del novelista se manifiesta plenamente en los hechos de su vida. Sabemos que Miguel de Cervantes Saavedra nace en Alcalá de Henares y recibe el Bautismo en la Iglesia Colegiata de Santa María la Mayor en octubre de 1547. Su padre es el médico cirujano Rodrigo de Cervantes; su madre se llama doña Leonor de Cortinas. La familia paterna es originaria de Córdoba, aunque por sus apellidos quiera sugerir que son oriundos de Galieia.
El abuelo fue un abogado de cierto prestigio, el licenciado Juan de Cervantes, buen conocedor del Derecho Político y del AdITÚnistrativo, tal vez compañero de estudios del autor de la Celestina. Como éste, se dedicó preferentemente a la asesoría jurídica de los Ayuntamientos o concejos.
Fue alcalde mayor de Ávila y miembro del Consejo de Gobernación de los estados del duque de Osuna, y más tarde, del duque del Infantado, éste con residencia en Guadalajara. No consta con certeza donde vivió y estudió Miguel durante su niñez. Parece que estuvo en Sevilla y Valladolid, pues su padre cambiaba frecuentemente de residencia, buscando mejor acomodo para ejercer su profesión. De mozo, vivió una temporada en Salamanca.
Pero su principal formación literaria es fruto de su asistencia al estudio municipal de Madrid, que regentaba el maestro Juan López de Hoyos, excelente humanista y simpatizante de las obras de Erasmo. Estas enseñanzas, por cierto, eran gratuitas, como también las impartidas en los Colegios de Jesuitas. De López de Hoyos era discípulo Cervantes cuando tiene catorce años. A los veinte, éste maestro le publicó sus primeros versos. Pasan los años y Cervantes no logra frecuentar ninguna universidad ni tiene oficio conocido. Yo sospecho que fue amanuense de algún notario o escribano público, pues Miguel de Cervantes tiene una letra puelquérrima y muy cursiva, lo que indica muchas horas de ejercicio de la pluma.
JOSÉ CARLOS GÓMEZ MENOR FUENTES Numerario http://realacademiatoledo.es/wp-content/uploads/2014/01/files_toletum_0051_05.pdf
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