¿Quiénes ejercen la violencia?, ¿en nombre de qué?, ¿qué contexto de justificación necesita alguien para ejercer la violencia? Los testimonios de los sobrevivientes dan cuenta de los procedimientos del victimario y del terror. Pero no son los únicos testigos, la sociedad civil lo ha sido, aunque gran parte de una sociedad permaneció en la “negación” durante mucho tiempo de la crueldad de los procedimientos. Primo Levi redacta en 1976 (involuntaria coincidencia con el comienzo de la última dictadura argentina) un Apéndice a su libro "Si esto es un hombre" en el que reflexiona sobre su condición de testigo y de sobreviviente: "Una afirmación, sin embargo, puedo formular, y es ésta: si no hubiera vivido la temporada de Auschwitz, es probable que nunca hubiera escrito nada (...) Fue la experiencia del Lager lo que me obligó a escribir: no tuve que luchar contra la pereza, los problemas de estilo me parecían ridículos, encontré milagrosamente tiempo para escribir sin jamás robar una hora a mi oficio cotidiano: me parecía tener este libro entero en la mente, sólo tenía que dejarlo salir y que descendiera al papel (...) recordar los Lager hoy no me provoca ninguna emoción violenta ni dolorosa. Al contrario: a mi experiencia breve y trágica de deportado se ha superpuesto esa otra mucho más larga y compleja de escritor-testigo, y la suma es claramente positiva; globalmente, este pasado me ha hecho más rico y seguro". En palabras de Levi, el testigo que sobrevive a semejante experiencia traumática, tiene la posibilidad de salir del lugar de la víctima para elegir otro futuro, en ese texto afirma que el pasado es algo que no puede modificarse, por eso "la historia no debe ser contrafáctica".Por Angelina Uzín Olleros
El pasado no puede ser transformado, no se debe pensar en “que hubiese ocurrido si...” Sin embargo, esto no impide que el sujeto pueda pensar otro futuro. Un futuro en el que su testimonio ayuda a conocer los sucesos de una “estancia” en el campo de exterminio, un porvenir en el que ya no es una víctima o ha dejado de serlo.
Ahora bien, si el pasado no puede modificarse, el pasado que registra el horror tampoco debe ser olvidado; ni el terror, indultado. Existen grupos que proponen la necesidad del perdón y el camino a la reconciliación, confunden “indemnización” con “reparación”; en la misma dirección las políticas del olvido argumentan la necesidad de no-recordar los males del pasado para lograr la “pacificación” de la sociedad. El indulto es el perdón absoluto otorgado a la pena ya impuesta, es una facultad otorgada al Poder Ejecutivo Nacional por medio del sistema constitucional argentino. En el caso argentino los indultos necesitan realizar una operación semiótica que transforma a los “subversivos” o “extremistas” en otra subjetividad, hoy reemplazados por los terroristas; el terrorismo es un concepto necesario para justificar la planetarización de la doctrina de seguridad según el jurista Raúl Eugenio Zaffaroni.
Fueron
denominados “combatientes de izquierda” por el entonces presidente de la
Nación Carlos Menem bajo el argumento de la existencia de los indultos
en la necesidad de “pacificar al país”. La Junta Militar puso en marcha
una política de terror para “la paz social” como afirmó Videla en su
discurso de marzo del ‘76 y en democracia, se indultaba a los genocidas
responsables del “terrorismo de estado” para “pacificar”. Por su parte
las “víctimas de la subversión” realizaron una segunda operación
semiótica: ahora son las víctimas del terrorismo. A
partir de los ’90 se intentan equiparar las víctimas del terrorismo de
estado a las víctimas del terrorismo, una nueva versión de la teoría de
los dos demonios.
Por otra
parte, denominados irónicamente “los jóvenes idealistas” por quienes
justifican la necesidad de la dictadura, de eso se trata el libro de la
abogada Victoria Villarruel hoy vicepresidente de la Nación. Para ella hay
una historia que no ha sido contada, la de las víctimas de la violencia
ejercida por jóvenes que en nombre de determinados ideales ejercieron
violencias, sin embargo esa violencia así relatada desconoce las
violencias previas ante las cuales los grupos armados de los años ’70
querían responder.
Para estos sectores ultra conservadores la democracia no alcanza para ordenar la sociedad, los conflictos que aparecieron a partir del año 2001 en Argentina renuevan posiciones conservadoras que reclaman castigo a los responsables, son nuevas versiones subjetivadas de la víctima. Ahora la víctima es el ciudadano que paga impuestos y se encuentra amenazado por la inseguridad. En las sucesivas rupturas en esta historia reciente que comprende cuatro décadas, existe una lógica de continuidad en los argumentos y los procedimientos, la presentación global de la víctima, hace de todos nosotros víctimas potenciales o en acto; en el lugar de la víctima se construye el no-lugar del ciudadano, el no-lugar del militante, el no-lugar de la materialidad del discurso; lo nuevo ya es viejo, bajo otro rostro la repetición hace al olvido, la presencia queda en ausencia.



La falta de discernimiento conduce al malentendido, a situar agentes y sujetos, que provienen de diferentes campos de lucha y resistencia, a un mismo plano. Claro ejemplo es la denominada teoría de los demonios que ha sido resignificada en Argentina con la oposición de sectores conservadores a la anulación de los indultos.
Pero el propósito aquí, no es el de remarcar el sinsentido de la crueldad y lo inabordable del gesto violento; el propósito es el de reivindicar esta capacidad de discernimiento para no situar en un mismo plano lo que pertenece a ámbitos diferentes. ¿Quiénes ejercen la violencia?, ¿en nombre de qué?, ¿qué contexto de justificación necesita alguien para ejercer la violencia? Desde la opinión, sin fundamento, se equiparan las violencias y se justifica la ausencia de ley. Pero también se intenta justificar racionalmente la utilización de la violencia o, en otro plano, la necesidad de indultar o poner “punto final” a los juzgamientos.

A partir de la derogación de las leyes de impunidad y los indultos, una parte de la sociedad argentina cuestionaba esto sin poder discernir los tipos de violencia que se ejercieron en décadas anteriores. Planteando una “mismidad” entre las víctimas del “terrorismo” y la “subversión” con las víctimas del terrorismo de estado. Denunciando que no se hizo justicia con las víctimas de los atentados en manos de grupos guerrilleros; en esta operación se involucraron nuevos sectores como comunicadores sociales e intelectuales de diferentes procedencias ideológicas.
Ese debate que se ha fortalecido en los últimos años en Argentina también es utilizado para argumentar acerca de la “crispación” e inestabilidad social que provoca la apertura de los juicios a los responsables de la desaparición forzada (que también son responsables de la apropiación de niños, de las torturas y los exilios).
Lo acontecido entre 1976 y 1983 tuvo sus “condiciones de posibilidad” en la historia previa, la violencia ejercida desde el Estado tiene también su genealogía. No es una violencia que aparece en un “vacío fundador”; su fundamento, sus bases están en gran medida en el Siglo XIX y en el siglo XX expresadas en el exterminio a los pueblos originarios; cárcel a los militantes políticos, persecución a los sindicalistas.

La sociedad que, como el mismo desaparecido, sabe y no sabe, funciona como caja de resonancia del poder concentracionario y desaparecedor, que permite la circulación de los sonidos y ecos de este poder pero, al mismo tiempo, es su destinataria privilegiada. El campo de concentración, por su cercanía física, por estar de hecho en medio de la sociedad, ‘del otro lado de la pared’, sólo puede existir en medio de una sociedad que elige no ver, por su propia impotencia, una sociedad ‘desaparecida’, tan anonadada como los secuestrados mismos.

Angelina Uzín Olleros - Dra. Ciencias Sociales y Coordinadora Académica Maestría en Género y Derechos/UNGS/UADER.

