El tiempo pasa, aunque no nos demos cuenta. No podemos negar una realidad que cada cual ve desde su particular punto de vista. En demasiadas ocasiones somos injustos y nos equivocamos en nuestro juicio. Es cierto que tenemos que ser exigentes en defensa de nuestros derechos y cumplidores de nuestras obligaciones. Para exigir antes hay que dar. La responsabilidad que tenemos de nuestros actos nos debe servir para medir sus consecuencias. Disueltas las Cortes Generales, los políticos nos ofrecen su mercancía, a veces averiada, en una España convertida en un zoco árabe, un gran mercado donde todo se compra y se vende hasta el honor. Al enemigo ni agua. Debemos desterrar esta equivocada idea. En una acepción noble de la palabra política no hay enemigos; solo rivales y proyectos distintos. El Partido Popular cuando llegó al Gobierno se encontró una España arruinada, a merced de las tempestades. La tarea que había que realizar para enderezar esa situación era ciclópea. Mariano Rajoy no es un hombre guapo, ni tiene una palabra cautivadora, pero ha sido un buen gestor. Los españoles hemos recuperado un lugar en la historia, que habíamos perdido en manos de los socialistas. Todo lo logrado puede perderse. La palabra cambio que nos cautivó hace tantos años ahora se utiliza para fines perversos. Es de sabios ver lo que haya sido acertado, para conservarlo y mejorarlo si es preciso. Nuestras propuestas deben estar al servicio del bien común y de la búsqueda de soluciones a nuevos problemas. Cada época tiene sus propios retos. Es cierto, tenemos dificultades. Ahora, debemos mirar al frente y otorgar o negar nuestra confianza. No estamos en una pasarela de moda, buscando al más guapo ni tratamos de encontrar al mejor orador que nos pueda engañar con sus palabras. Va a ser una decisión difícil. Qué decir de Pedro Sánchez que ofrece un mensaje caduco, que incluye violaciones de nuestros derechos como ciudadanos y eliminación de nuestras libertades, volviendo a hechos pasados que debemos recordar, sí, pero para que no vuelvan a ocurrir. A Albert Rivera hay que decirle que no basta una cara bonita y palabras huecas. Tiene mucho que aprender. Pablo Iglesias no tiene sitio ni aunque le ayude Diógenes con su candil. Su mercancía está averiada y los españoles jugamos en otra liga.