Jerome Burnel es un hombre acabado, que cree que está condenado por cruzarse con quien no debió. Pero, antes de que su condena se ejecute, se pone en contacto con el detective Charlie Parker para que, o bien lo salve de su funesto destino, o bien haga justicia de lo que no dejó de ser un error fatal.
Las indagaciones que inicia Parker le llevarán a un lugar harto singular, El Tajo (the Cut); un territorio que alberga a unas gentes que se rigen por principios propios y muy alejados de los que imperan en las comunidades que los rodean. La confrontación de Parker con esas gentes no será precisamente amistosa.
La presencia de grupos humanos que se rigen por principios distintos a los comúnmente establecidos, y para los cuales la violencia y el sojuzgamiento son claves en su relación con el resto de la sociedad, no es un tema nuevo en las novelas de Charlie Parker; sus fieles seguidores ya conocimos algo semejante con el enclave de Prosperous, en El invierno del lobo, y los terribles efectos que tuvo para nuestro protagonista enfrentarse con sus habitantes y los secretos que ocultaban.
El Charlie Parker que nos encontramos ahora, en Tiempos oscuros, es un hombre marcado por las terribles heridas que ha sufrido a lo largo de sus investigaciones. Sin embargo, esas heridas también le han dado una fría determinación y una despiadada capacidad de acción, que le alejan del personaje atormentado y un tanto estupefacto de sus primeras entregas.
un grupo humano que se rige por principios diferentesAl principio de la novela nos lo encontramos como un frío sabueso que se dedica a cazar malvados que logran escapar a los controles sociales habituales, y con los que no tiene ninguna piedad. Y esta misma actitud mantendrá cuando se produzca el choque con la comunidad de El Tajo, con la que se enfrentará a cara de perro, respaldado por sus amigos Angel y Louis y por un honesto miembro de las fuerzas policiales locales. Como ya hemos comentado, la descarnada violencia que se desata en este enfrentamiento nos trae recuerdos de aquello por lo que pasó en su lucha con los habitantes de Prosperous.
De igual modo, los hechos que se nos narran nos traen a la memoria situaciones reales en las que las fuerzas policiales norteamericanas tuvieron que vérselas con comunidades cerradas que negaban las leyes y costumbres establecidas y supuestamente aceptadas, valga el tremendo ejemplo de los davidianos de Waco.Precisamente el otro gran hilo argumental de la novela es la descripción de los usos y costumbres de un grupo humano que se rige por principios bien distintos a los del resto de sus compatriotas y que adora a fuerzas que son denostadas por el resto de los habitantes del país. Sus formas de cubrir sus necesidades, sus rivalidades y el establecimiento de relaciones intragrupo y hacia el resto del mundo, ocupan buena parte de la narración, y nos hacen pensar en las singulares alternativas que los seres humanos -o al menos pretendidamente humanos-, podemos establecer para nuestra subsistencia.
Y como a lo largo de toda la serie de novelas de este atormentado investigador, nos encontramos con una nueva descripción y reflexión, un tanto cosmogónica, sobre la maldad:
—Hay un tipo de maldad que ni siquiera se opone al bien, porque el bien es irrelevante para ella. Es una abyección que radica en el corazón de la existencia, que nació con la materia misma del universo. Está en la descomposición hacia la que tienden todas las cosas. Existe, y siempre existirá, pero al morir la dejamos atrás
Con todos estos ingredientes el autor nos ofrece una narración explosiva, violenta e inquietante, en la que en más de un momento nos tenemos que plantear hasta dónde puede llegar la degradación del ser humano, y cómo ciertos grupos periféricos a la sociedad tienen acongojados a todos aquellos que desgraciadamente se cruzan en su camino. Una perturbadora y espléndida novela.
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José María Sánchez Pardo