Joschka Fischer, Project Syndicate
Desde el inicio de la crisis de deuda griega en 2010, los principales actores europeos deberían haber entendido los riesgos y las consecuencias que planteaba para la Unión Europea. A decir verdad, no es la impresión que les dan a los observadores.
En la crisis siempre hubo mucho más en juego que sólo Grecia: una insolvencia desordenada allí amenazaría con arrastrar a otras economías de la periferia del sur de la UE, incluyendo algunas muy grandes, al abismo fiscal, junto con las principales aseguradoras y bancos europeos. Eso podría sumergir a la economía global en otra crisis financiera, generando un shock equivalente al otoño de 2008. También implicaría un fracaso de la eurozona del cual el Mercado Común no saldría ileso.
Por primera vez en su historia, la propia continuidad del proyecto europeo está en juego. Y, sin embargo, el comportamiento de la UE y sus estados miembro más importantes ha sido indecisa y vacilante, debido al egoísmo nacional y a una ausencia asombrosa de liderazgo.
Los estados pueden quebrar como las empresas, pero a diferencia de ellas, no desaparecen cuando esto sucede. Es por ese motivo que no debería castigarse a los estados ni se deberían subestimar sus intereses en curso. Los estados insolventes necesitan ayuda para una reestructuración, tanto dentro del sector financiero como fuera de él, de manera de que puedan encontrar la salida de la crisis.
Esto, ciertamente, es válido para Grecia, cuyos problemas estructurales son mucho más dramáticos, incluso, que sus dificultades financieras. Hasta ahora, la UE y el gobierno griego no lograron abordar los problemas estructurales de Grecia. Pero necesitan desarrollar (y financiar) una estrategia apropiada para la reestructuración económica, a fin de dejarles en claro a los griegos -y a los mercados financieros asustadizos- que hay una luz al final del túnel.
Todos saben que Grecia no podrá encontrarle una salida a la crisis sin un alivio masivo de la deuda. El único interrogante es si la reestructuración de la deuda del país será ordenada y controlada o caótica y contagiosa.
Como fuera, el debate interno de Alemania sobre si pagar o no la deuda griega es risible. Negarse a pagar no es una opción viable, porque Alemania y todos los otros miembros de la eurozona están en el mismo bote. Un incumplimiento de pago griego amenazaría con hundirlos a ellos también, ya que plantearía preocupaciones inmediatas sobre la solvencia de los bancos y las compañías de seguros sistémicamente importantes de Europa.
Ahora bien, ¿qué están esperando los jefes de gobierno de la eurozona? ¿Se niegan a sincerarse con su pueblo por miedo a que se vean afectados sus propios futuros políticos?
La crisis financiera europea es realmente una crisis política, porque los líderes de la UE son incapaces de ponerse de acuerdo sobre las medidas que hacen falta. Por el contrario, se pierde tiempo en cuestiones secundarias en gran medida arraigadas en cuestiones de política interna.
En principio, es definitivamente correcto sostener que los bancos deberían participar en la financiación de la resolución de la crisis de deuda. Pero tiene poco sentido insistir en esto ya que las pérdidas de los bancos que siguen siendo "demasiado grandes para quebrar" podrían desatar una crisis financiera renovada. Cualquier posibilidad de que esto funcionara habría exigido revisar el sistema financiero a principios de 2009, pero esa oportunidad en gran parte se perdió.
Mientras continúe la crisis política amenazadora de la UE, su crisis financiera seguirá desestabilizándola. En el corazón de la resolución de la crisis reside la certeza de que el euro -y con él la UE en su totalidad- no sobrevivirá sin una mayor unificación política europea.
Si los europeos queremos mantener el euro, debemos seguir adelante con una unión política hoy; de lo contrario, nos guste o no, el euro y la integración europea se acabarán. Europa así perdería casi todo lo que ha logrado en medio siglo de trascender el nacionalismo. A la luz del nuevo orden mundial emergente, esto sería una tragedia para los europeos.
Desafortunadamente, cuando el saliente presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, propuso un paso en esta dirección al sugerir que se creara una "Secretaría Europea del Tesoro", los jefes de estado y de gobierno desestimaron la idea. Casi nadie en el Consejo Europeo parece dispuesto ni siquiera a reconocer la gravedad de la crisis de la UE.
Resolver esta crisis requiere más Europa y más integración, no menos. Y sí: las economías ricas -primero y principal Alemania- tendrán que pagar la salida.
Alemania y Francia, los dos actores cruciales en esta crisis, tendrán que diseñar una estrategia conjunta, porque sólo ellos, juntos, pueden presionar para alcanzar una solución. El problema es que el referendo francés sobre la constitución de la UE en 2005 vetó una mayor integración política, mientras que una mayor integración económica ahora puede fracasar por culpa de Alemania.
Lo que hace falta, por lo tanto, es un diálogo bilateral abierto entre Francia y Alemania sobre un realineamiento integral de la unión monetaria. Es imposible hacer cambios en el tratado; por ende, habrá que encontrar métodos diferentes, lo cual hace que la asociación franco-alemana resulte mucho más importante aún.
Más allá de la crisis política y la parálisis de la UE, los europeos no deberían olvidar lo importante que es y seguirá siendo su existencia. Basta con mirar la primera mitad del siglo XX para entender por qué.Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización