Imbroda y Rajoy, en un paseo por Melilla. (Foto: PP)
La autocita constituye un ejercicio de mala educación. Lo reconozco, pero ahí va una del 5 de noviembre en este blog:
“[...] No me extraña que el Gobierno de España haya decidido colocar cuchillas en las alambradas de Melilla. Ya oigo los aplausos de esa parte de la población que prefiere dejarse llevar por el odio o por el miedo. No hay una respuesta razonable de la vieja y rica Europa (sí, rica) a la inmigración. No se trata de alentar los movimientos migratorios motivados por el hambre o la guerra que conducen a la marginación y la pobreza a este lado, ni de negar el derecho a la seguridad de los propios. Pero no hay ideas, como se ha demostrado en la farsa de la cumbre de Lampedusa. Hace unas semanas, después del último intento de salto masivo de la valla, el delegado del Gobierno español, que se llama Abdelmalik El Barkani, aseguraba muy compungido que los inmigrantes habían actuado con mucha agresividad. Vaya, qué maleducados, nosotros les ponemos cuchillas para desgarrar su carne, y ellos ni llamar al timbre”.
Otra cita, a la que llegamos después de aquella reflexión sobre la agresividad de los vecinos del sur. Ésta es de hoy: “Si la Guardia Civil no puede actuar con los elementos antidisturbios que tiene allí para defender la frontera española y sin embargo, sí puede actuar aquí contra cualquier manifestación, contra cualquier español, entonces ponemos azafatas en la frontera con comités de recibimiento, porque no pueden hacer nada”. Con los cadáveres de quince muertos sobre la arena de una playa española el presidente de Melilla, Juan José Imbroda, demuestra que es muy gracioso y que tiene muchas buenas ideas.