El borde del mar justifica la inacción por el simple hecho de no poder ir mas allá. Un lugar limítrofe con otro entorno, como la superficie de los espejos, como su casa al borde del bosque, como la hora que separa el día y la noche, un puesto fronterizo que nos obliga a parar un momento, desde donde ir mas allá es casi imposible.
La sensación de estar siempre en la línea que separaba el mundo de otro sitio, le rondaba permanentemente. El mundo real y la existencia de pesadilla de algunas noches, y ella, como nexo de unión, o mas exactamente, como habitante involuntario de aquella tierra de nadie, donde no se era ni lo uno ni lo otro, desde donde no era capaz de sentirse involucrada en ninguno de los dos mundos. Envuelta en la sensación de que el verdadero meollo de la vida se le escapaba por una mera cuestión de ubicación equivocada.