Una tranquila calle de este Nuevo Vedado se había vuelto un atasco frecuente, todo para comprar en La Fontanella, una dulcería que empezó de forma modesta, pero ya exhibía un vistoso cartel lumínico; y lo que fuera vivienda compartida con el negocio, se convirtió exclusivamente en centro de elaboración y venta, con turnos rotativos y horario de atención al público desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche.
Tanta prosperidad llamó la atención y/o molestó, y el lunes de esta semana, el negocio amaneció clausurado. Los comentarios son disímiles: harina robada, trabajadores “por la izquierda”, problemas con la propiedad de la antigua casa de familia, hoy convertida en dulcería. Lo cierto es que La Fontanella se había convertido en una ramita traviesa de ese bonsái que el ministro Murillo y la actualización del modelo económico pretenden mantener bien podado.