España llegó a la final. Lo hizo tras jugar su mejor partido, ante el (segundo) mejor equipo del torneo -Alemania- y gracias a un gol más propios de los tiempos de la Furia que del tiki-taka. Carles Puyol inyectó la dosis de testosterona necesaria para permitir a la selección acceder a la primera final mundialista de su historia. Un cabezazo racial que tumbó a los germanos, sin capacidad de respuesta ante la superioridad hispana, antes y después del gol.
En APM celebramos el pase de Alemania a semis porque nuestra versión forofa entendía que era un rival más accesible para España. La selección se ha dejado jirones de piel ante equipos menores pero del mismo corte, como Suiza, Chile o Paraguay. Selecciones duras, correosas, cerradas atrás en busca de la contra salvadora.
En realidad, el partido ante Alemania tampoco fue muy distinto, aunque uno cree que los teutones hubieran querido tener el balón. Pero España, simplemente, no se lo dejó. Se lo quitó desde el primer minuto hasta el último, y condenó a los de Joachim Löw a jugarse sus escasas opciones con pelotazos a la olla. Una apuesta que, en otros tiempos, hubiera acongojado a los ibéricos, pero que ahora apenas les hace cosquillas.