En la vida hay tiempo para nacer y tiempo para morir. Una vez que hemos nacido, lo único cierto es que moriremos.Hoy quiero hacer una reflexión sobre el llamado ensañamiento terapeútico: Sí, todos los humanos tenemos un final, pero no está en nuestras manos señalar su fecha. Si provocamos la muerte en nosotros mismos o en los demás, quebrantamos el código ético de nuestra conciencia. Pero también violamos éste si, intentando alargar inútilmente una vida que se apaga, provocamos sufrimiento y ansiedad en el enfermo y en su familia.
En la novela "El faro de Alejandría" (de Gillian Bradshaw, editorial Emecé, 1997) el anciano Timón, agonizante, contesta al joven médico que le atiende: "-No tienes por qué preocuparte ya hijo, probaré estas hierbas exóticas con agua y miel... El hombre nacido de mujer es de pocos dias y está lleno de pesares -murmuró con esfuerzo... No, amigo mio, he probado ya bastante. Nadie puede postergar indefinidamente la muerte".
El joven médico, protagonista de la novela citada, continúa "Estaba de pie allí, con las hierbas en la mano mirando al anciano, cuando, sin poder evitarlo, me deshice en llanto. La noche anterior había pasado la mitad junto a él, era mi primer paciente y lo quería. E iba a morirse. Timón se sorprendió un poco. -Has hecho todo lo que podías hacer -me dijo con suavidad-. Probaré tu hierba, para darte gusto. ¿Puedo tomar algo más para aliviar también el dolor?"
Qué puede hacerse ante un diagnóstico grave e incurable? paliar. Ahí es donde tienen todo su sentido los cuidados paliativos: cuando ya no se puede curar, siempre nos quedará: acompañar, cuidar y aliviar. Mitigar el dolor y acompañar al enfermo, sin prolongar artificialmente la vida, hasta su muerte natural.
Al explicar a un amigo mío, tetrapléjico a consecuencia de un accidente de tráfico, que la bioética estudia, entre otros temas, eutanasia y suicidio asistido, reaccionó al instante: "pues conmigo, ni lo intentes."