Portada de la edición española
El término “novela gráfica” está sumamente prostituido. Se pudo leer, allá en los años 80, encabezando la recopilación en tomo de “La Saga de Fénix Oscura” de la Patrulla-X, por ejemplo; en los lomos de la última edición de Sin City o casi en cualquier cómic encuadernado en rústica y con un precio desorbitado. De esta ambigüedad desquiciante parte la idea base de esta obra.
Gus Pena quiere dibujar cómics, pero lo que ahora mueve el mercado, según su editor, son las novelas gráficas de denuncia social, historias cotidianas cargadas de drama hasta la náusea, protestando hasta por los detalles más mínimos de la vida y henchidas de una grandilocuencia que se constata a ver lo muy trascendentales que se creen sus autores, cuando realmente se trata de persona esperpénticas que venden basura muy cara.
Viñeta coloreada de la cubierta trasera
No debe tomarse, bajo ningún concepto, como una crítica contra todo el colectivo, a pesar de que use la generalización para hacer sobresalir un tema candente entre los aficionados y que no agradará nada a ese sector de los lectores que escriben guiones que nunca se rodarán en sus iMac mientras beben café aguado en un Starbucks.
Hay auténticas joyas editadas bajo la consabida etiqueta, unas más mainstream y otras más underground, pero sobresalientes igualmente. Contra quien se cargan las armas aquí es contra quienes más destacan, es decir, contra los casos más flagrantes de estafa, de tomadura de pelo, de querer sacar los cuartos con cualquier tontería, como hacen en ARCO.
Muestra del arte interior
El autor español Jorge de Juan toma los recursos de este tipo de historietas para volverlos contra las mismas. Su dibujo barroco, resaltando la fealdad de todo, caricaturiza de la forma más ácida a todos esos energúmenos que se creen mejores que nadie por gastarse el doble de lo normal en obras de papel o por hablar sobre cosas que nadie más sabe y que, a fin de cuentas, a nadie le importan tampoco.
La narración que acompaña a este dibujo tan visceral y recargado pero expresivo es igualmente de manual para el éxito de una “novela gráfica gafapastosa”, teniendo un ritmo hierático que busca, precisamente, burlarse de ese estatismo que no se da en las cuatricromías más populares. Jamás veremos un cómic de Spiderman dibujado con planchas de nueve viñetas idénticas en su totalidad pasados los años 80 (aunque, todo debe ser dicho, la narración de los 90 tampoco es que sea el mejor de los ejemplos a señalar, situado justo en el extremo opuesto).
Lo único que diferencia esta mordaz sátira de aquello que ridiculiza es que, si bien su edición es destacable, de calidad y muy cuidada, su precio no es precisamente desorbitado, permitiendo al común de los mortales abonar el capital pertinente para disfrutar y echarse unas risas a costa de quienes ya sabemos.
Carcayú
Hola, soy Borja Prieto, y soy una bellísima persona, como Ramón Langa.
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