Revista Cultura y Ocio

Tinta sobre cartulina. Manuel Lantigua Domínguez.EL HOMBR...

Publicado el 25 septiembre 2013 por Víctor José Guindo Singh

Tinta sobre cartulina. Manuel Lantigua Domínguez.EL HOMBR...Tinta sobre cartulina. Manuel Lantigua Domínguez.
EL HOMBRE-ARBOL.
... y pronto crece  de  su  axila izquierda un sauce,  y  un ave hace nido en la cima de su cabeza.
Mingliaotsé.
Aquella muchacha, cada noche, orinaba a la intemperie  antes de irse a dormir. La esperaba siempre con ansiedad, sintiendo  un gran  alborozo cuando su silueta irrepetible emergía de  la  casa hacia las sombras del patio... En cuclillas, indefensa, despertaba  en  mí  una gran ternura. Mucho me daba aquella  joven  y  le correspondí, también, con algo valioso... Un tiempo después  ella no vino más; en cambio, la paz de la casa  se alteró, los sonidos que  venían  desde  allá, flotando en el  viento,  eran  ásperos, cargados de agresión...
... La partera se espantó ante la súbita explosión de  aquel fluido  humor verde oscuro; la madre no sobrevivió al parto y  el niño  parecía  marcado,  también, por el mismo  destino  pues  no retenía  alimento  alguno  en su pequeño  estómago; cuanto ingería  lo  vomitaba  envuelto en una flema  densa,  pegajosa  y pestilente...  Probaron  con  la leche de nodrizas  y  de  cuanto mamífero  agrario se criaba en los alrededores, también  con  los polvos que recetó el médico de la ciudad sin renunciar a  ciertos cocimientos,  pero resultaba inútil... Se consumía,  alcanzó una  complexión reseca, flexible y quebradiza... En medio  de  la desesperación la tía cargó al niño y huyó con él hacia la  sabana pues  aquella  casa se había convertido en una  cueva  de  rezos, lamentos y lloriqueos; flotaba allí un olor a cementerio acentuado por el aroma penetrante de los matojos resecos y recién cortados  que  se amontonaban por doquier en medio  de  una  atmósfera espectral de velas encendidas... Al llegar junto a la Gran  Ceiba se sentó entre sus raíces con el niño sobre su regazo, y ya fuera por  el  cansancio de las noches pasadas en vela o por  el  suave vientecillo  que  soplaba desde el riachuelo  cercano,  se  quedó dormida...  Despierta  en  medio de la tensión  metálica  de  sus miembros;  sintiendo  ya, desde las profundidades del  sueño,  el crescendo  alarmante...: ¡El niño ha desaparecido!... Corre  de  un lado  para  otro con desesperación, unas veces atisbando  en  las oquedades  de raíces y peñascos, otras creyendo ver en  el  suelo manchas  de sangre en el  temor de que el niño haya sido cazado por un perro... Así es ganada enteramente por la  angustia hasta que por poco no aplasta al bebé, oculto como estaba  dentro de aquella gran cepa de hierba... Al intentar tomarlo se  asombró de  la resistencia que el niño ofrecía, aferrándose a los  tallos de  hierba  con  sus manitas mientras que su  abdomen  y  piernas parecían adheridos a la tierra; a cada nuevo intento de su  parte por  separarlo él emitía un llanto extraño, agudo, un sonido  que penetraba todo su ser entumeciéndola y anulando su voluntad hasta que un vértigo irresistible la dejó tendida, de espaldas sobre el suelo, mirando todos los cambios del cielo desde la mañana  hasta el atardecer, incapaz de levantarse... A medida que la luz diurna se hacía tenue, el niño se tornaba cada vez más dócil hasta ceder por completo con las primeras sombras de la noche, como si  necesitara, entonces, la protección del abrazo humano.
Desde  entonces,  la  tía asumió tácitamente  la  crianza  y cuidado  del niño. Ella partía con él hacia la campiña al  amanecer, escogiendo lugares frescos y soleados donde abunda la hierba jugosa  y el manto de agua casi aflora desde la tierra, y así  se estaban, quietos, hasta la puesta del Sol, hora en que regresaban a la casa... El niño progresaba rápidamente bajo el cuidado de la tía, el recuerdo de su enfermedad y las desventuras sufridas  por la muerte de su madre se fueron borrando y terminaron por desaparecer;  la  familia regresó de nuevo a sus afanes y el  niño  fue puesto en olvido.
Pero  el tiempo, que fluye incontenible, presentó  de  nuevo ante  la  familia  a  un  miembro  en  edad  de  asumir   ciertas obligaciones y tareas, resultando todos sorprendidos al comprobar que  aquella personita era el ser más irresponsable  que  hubiera existido, ya que aceptaba como única obligación la de tenderse en la  sabana desde la salida hasta la puesta del Sol... Culparon  a la  tía  por  la falta de carácter con que  se  había  criado  el muchacho,  y los espiaron a ambos durante días... No  encontrando nada  nuevo de qué acusarlos pusieron al niño por segunda vez  en olvido...

... Como sucede con todos, la tía murió a su tiempo, se  fue tan  en  silencio como había vivido, sin quejarse por  nada,  sin reclamar algún derecho... Nuevamente quedaron todos  sorprendidos por  la conducta del sobrino que no se presentó a dar  el  último adiós a quien se había consagrado por completo a él olvidando  su propia  vida...  Muy ocupado en su diario hacer nada  regresó  al anochecer, irrumpiendo dentro de la casa con sus  característicos pasos  de algodón húmedo y su aire de muda sombra... La  familia, reunida en silencio después del entierro, no lo miró. A partir de entonces se le vio alguna vez parado en medio del patio,  durante horas, mirando hacia ninguna parte. Adquirió, para los que  pasaban  junto a él, la categoría de objeto inservible puesto  en  un lugar  donde no molesta; dejó de ser percibido gradualmente y  en determinado  momento,  en  el patio sólo fue  noticia  la  súbita aparición  de  un segundo framboyán, más pequeño,  junto  al  que siempre  había  estado allí, al fondo, a un lado de la  cerca  de alambre de púas.


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