La idea era leerlo para viajar por los lugares más remotos del planeta sin salir de casa. De la mano de Tintín, lectores de distintas generaciones han traspasado las fronteras del mapamundi para descubrir los secretos del Tíbet, Egipto, el Congo, Rusia o China, por mencionar un puñado de destinos. Mientras estuvo en activo, trabajando como periodista que más bien ejercía de detective y aventurero, Tintín ha vivido 24 historias ambientadas en cinco continentes distintos. El Perú tampoco salió ileso de su afán explorador. Su autor, el dibujante belga Georges Prosper Remi, que firmaba sus trabajos con el pseudónimo de Hergé, hizo desembarcar al intrépido reportero en el puerto del Callao en el volumen El templo del Sol (1946), donde iniciaría un viaje hacia el interior del país para salvar a su amigo el profesor Tornasol de una maldición supuestamente relacionada con la cultura inca.
Tintín y su inseparable compañero de viajes, Milú, un fox terrier de pelaje blanco que hablaba para sí mismo en lugar de ladrar, han querido llevar a sus lectores por rutas cada vez más insospechadas, tanto que la Tierra terminó por hacerse chica y se vieron obligados a salir volando hacia el espacio. Aquella aventura galáctica, llevada a cabo en su icónico cohete de cuadros rojiblancos, fue precursora de uno de los grandes hitos de la humanidad: el personaje de cómic puso pie en la Luna quince años de que lo hiciera Neil Armstrong, anticipándose a la Historia.
Ahora Tintín está de cumpleaños. El pasado 10 de enero se celebró el 90 aniversario del lanzamiento de Tintín en el país de los soviets, su primer volumen, publicado por entregas en las páginas de Le Petit Vingtième, el suplemento infantil del periódico belga conservador Le Vingtième Siècle. Aquella primera aventura, en la que Hergé mostraba una visión en blanco y negro más bien desdibujada de la Unión Soviética, era un encargo anticomunista del director del periódico, Norbert Wallez, con el objetivo de influenciar en los más jóvenes con mensajes de corte ideológico y doctrinario. En su primera aparición pública, Tintín no era más que un panfleto político en forma de historieta.
Pecado de juventud
Tintín no entró con buen pie en la historia del cómic, como así reconocería años después el propio Hergé, quien definió esta publicación como un “pecado de juventud” del que siempre se sintió avergonzado. Lo mismo se puede decir de su segunda aventura, Tintín en el Congo, creada también con fines propagandísticos para ensalzar las supuestas virtudes del gobierno belga en su colonia africana. Debido a su visión paternalista de la sociedad africana bajo el yugo del colonialismo europeo, este volumen ha sido acusado recurrentemente de racista. Tanto es así que el caso terminó por llegar a los tribunales. En el 2012, se juzgó, a petición de un ciudadano belga de origen congoleño, si se debía prohibir la publicación de Tintín en el Congo por constituir una “apología de la colonización”. La justicia absolvió el cómic.
Nada de esto, sin embargo, mancilló el éxito inicial de Tintín, que inmediatamente se convirtió en el héroe de una juventud franco-belga a la que poco le importaban las cuestiones sociopolíticas y sí aquello que el intrépido periodista ofrecía a raudales: aventuras en lugares de todo el mundo, muchos de ellos destinos exóticos. Ellos no querían conocer la realidad, sino escapar de ella, para dejar atrás una Europa de entreguerras cuyo futuro era desalentador.
Tintín, inspirado en un personaje de carne y hueso de la época, Palle Huld, un danés pelirrojo que con apenas 15 años había dado la vuelta al mundo en solo 44 días, les marcó el camino a seguir. Las coordenadas secretas de la gran evasión se encontraban en las viñetas de sus cómics, donde la vida era una bitácora de viajes al alcance de cualquiera. La fuga era un simple ejercicio de lectura.
Posteriormente, tal vez aupado por la proyección internacional de su obra y para quitarle argumentos a sus detractores, Hergé desarrolló un Tintín más neutral. Un primer indicio de esta transformación lo marca El Loto Azul, su quinta aventura, publicada en 1934. En este volumen, para muchos críticos su primer trabajo memorable, Hergé se esfuerza por luchar contra sus viejos fantasmas, y embarca a su protagonista en un periplo por el Lejano Oriente con el propósito explícito de desterrar los absurdos tópicos occidentales acerca de China. Esta aventura es una crítica sin tapujos a la intervención japonesa en China, y destaca por su denuncia del racismo y de la expansión imperialista.
El Loto Azul también marcó un antes y un después en el empeño del autor por escribir historias bien documentadas, para erradicarlas de los errores que de manera tan ingenua cometió en el pasado. Uno de los personajes de esta historia está inspirado en el que luego sería su gran amigo Zhang Chongren, un estudiante de la escuela de Bellas Artes de Bruselas quien le apoyó revisando todo el material y dibujando símbolos e ideogramas tradicionales chinos. Más adelante, Hergé trabajaría siempre con un equipo de ilustradores y documentalistas que buscaban información sobre los países en los que iba a ubicar sus historias. Paradójicamente y a diferencia de su personaje, Hergé casi no viajaba.
La influencia de una línea
Uno de los mayores logros de la saga de Tintín fue instaurar en la industria del cómic un nuevo estilo gráfico que fue bautizado como ‘línea clara’, término acuñado por el dibujante holandés Joost Swarte en 1977. Hergé apostó por un dibujo basado en la limpieza del trazo y su impecable precisión, donde sus personajes eran caricaturas que contrastaban con el esmerado realismo de todo aquello que tenían a su alrededor: los objetos, los paisajes, los espacios interiores o los edificios parecían estar delineados con escuadra y cartabón.
El dibujante no apelaba al claroscuro ni al juego de sombras, y los colores eran siempre planos, sin efectos de luz ni texturas, lo que daba por pensar que aquellos diseños tan pulcros y milimétricos eran más la obra de un ingeniero que la de un artista. El color también tardó en llegar a sus aventuras. Publicadas inicialmente en blanco y negro, Tintín no tuvo el pelo naranja hasta 1942, cuando se publicó su primer volumen a todo color, La estrella misteriosa.
Hergé lo tuvo claro desde un principio. Nada de maquillaje superfluo, nada de bagatelas artísticas. La gran dificultad en la historieta es la de mostrar lo justo y necesario, ni más, ni menos, con todos los elementos gráficos al servicio de la narración. Tintín debía hablar un lenguaje sencillo y universal, para contar historias que fuesen asequibles “para jóvenes de 7 a 77 años”, como rezaba el eslogan de su revista. Y se puede decir que lo logró si nos apoyamos en una cifra: según Casterman, grupo editorial que tiene los derechos de explotación de la franquicia, los álbumes del célebre personaje han sido traducidos a 120 idiomas y se han vendido más de 250 millones de ejemplares.
La ‘línea clara’ tuvo tanta pegada en el mundo del cómic que pronto sus directrices se convirtieron en un canon estético que revolucionó la narrativa gráfica. Muchos dibujantes contemporáneos se afiliaron con éxito al ‘paradigma Hergé’, que vivió una segunda época dorada en la década de 1980, cuando un grupo de autores del Viejo Continente rescataron la ‘línea clara’ y la reivindicaron como una forma de dibujar con denominación de origen europea (con mayor pegada, claro está, en los países francófonos). Hergé marcó un rumbo a seguir y contribuyó de manera decisiva al desarrollo del cómic como lenguaje, un arte que cuando Tintín se puso por primera vez sus pantalones bombachos todavía andaba buscando una identidad propia.
Sin derecho a jubilación
El último álbum de Tintín se lanzó en 1986, tres años después de la muerte de Hergé. Se trató de Tintín y el Arte-Alfa, que se publicó inconcluso, como un conjunto de bocetos y notas de guion, más un homenaje póstumo al autor que una historieta. La editorial no tuvo más remedio que lanzar el volumen así: en sus últimos años de vida, Hergé expresó públicamente su deseo de que la creación no sobreviviera a su creador. El autor belga no quería dejar a Tintín en manos de otro artista. Uno podría pensar que el intrépido reportero se jubilaría a partir de entonces. No fue así.
Tras él, Hergé dejó un imperio en marcha. No solo por la enorme maquinaria de mercadotecnia que sigue carburando a todo trapo gracias a la fundación que gestiona sus derechos de autor, liderada por Fanny Vlamnick, la viuda y heredera universal de Hergé, sino también por el valor que su obra tiene entre los coleccionistas (algunos capaces de pagar cientos de miles de dólares por una plancha original; otros, con menos recursos, que atesoran con gusto figurillas de cerámica de sus personajes) y por el trasiego del personaje del cómic a otros formatos, como las series animadas de televisión o los largometrajes cinematográficos.
La última vez que Tintín volvió a las andadas fue de la mano de Steven Spielberg, quien dirigió la película de animación El secreto del unicornio, una suerte de remiendo que mezcla la trama original de esta historieta con argumentos extraídos de otras aventuras. La película se estrenó en 2011, y fue difícil de digerir para algunos fanáticos del cómic, quienes vieron con horror como Spielberg se atrevía a transgredir todos los postulados de la ‘línea clara’ de Hergé al transformar sus dibujos en formas hinchadas y volumétricas gracias a los efectos en 3D. La fórmula, sin embargo, tuvo una respetable acogida en taquilla, y Tintín ahora se mantiene a la espera de que el realizador estadounidense vuelva a llamarlo a filas para rodar la segunda película de lo que se supone será una trilogía. Cuando eso suceda, tendremos a Tintín de vuelta en el Perú, porque la historia elegida es El templo del Sol.
Por otro lado, Benoit Mouchart, director editorial de Casterman, sorprendió hace pocos días a todos los seguidores de Tintín con una noticia inesperada. Fue durante una entrevista concedida a una radio francesa, donde declaró que tienen proyectado imprimir un nuevo cómic. “Me encantaría publicar este año uno inédito, Tintín y el Thérmozero. Es un testimonio interesante, mucho más completo que El Arte-Alfa. La historia está terminada, pero el dibujo todavía no ha sido completamente entintado”, avanzó.
Este anuncio, que no ha estado exento de suspicacias de todo tipo, sería la última oportunidad que tienen los herederos de Hergé de relanzar a Tintín sin traicionar la voluntad de su creador. El inagotable reportero, que en el 2009 estableció su residencia fija en el Museo Hergé, en Lovaina La Nueva (Bélgica), donde comparte piso con el capitán Haddock, el profesor Tornasol, los detectives Hernández y Fernández y otros fieles compañeros de aventuras, parece estar más lejos que nunca del retiro. A este joven multimillonario de 90 años no le dejan vivir en paz.