Revista Viajes

Tiny things. Huacachina

Por Marikaheiki

Recorreré la costa y atravesaré la selva una vez más y después volveré a casa. Los comienzos y los finales siempre tienen bordes difusos. Siempre me abruma la sensación de no haber vivido aún demasiado, ni demasiado lento ni demasiado rápido ni demasiado profundo. Pero me miento a mí misma. No necesitamos ni un sólo “demasiado” más. Ahora aparecen actos pequeños, tentaciones y a veces delirios. Tiny things.I mean: holding from a candle even no-light days. I don’t speak in tongues —siempre se me ausentan los sonidos aspirados. I don’t have a tongue. Tiny things: un vestido de verano (piel de costa), la luz entrecerrada tras la persiana de una habitación azul, el viento del valle, la encimera demasiado baja, y también devolver los libros dentro de los quince días estipulados y no marcar las páginas: esa contención única de apropiarse de las palabras de otros y después soltarlas al aire.

Somos esa generación ilusa que pudo elegirlo todo y al final se quedó con manos de arena. Atravesamos un círculo dibujado con fuego en algún lugar de la duna blanca en este desierto pero lo atravesamos sin conciencia de dejar nuestras huellas arrasadas por el viento. No permanecemos. Le envío a un hombre las coordenadas del regreso a las ciudades apátridas. Pero no, no somos una generación perdida ni aunque quisiéramos. Solo es que no tenemos patria (porque nuestra patria y nuestra casa están en el vuelo mismo). Regresar significa: bienaventurarme a las comidas copiosas y a los cambios de estación. Pero es que tengo demasiadas ganas de hacer cosas. De hacer libros. De copiar poemas en las paredes de un edificio antiguo. De volver a Lisboa. De conducir durante cinco minutos, abandonar el coche a la orilla del mundo y continuar a pie. De abrazos.

Pero qué hermoso este viaje por América del Sur. Ha sido sin coordenadas: yo he sido sin coordenadas, sin discursos. Hay ebulliciones de luz blanca y dicen: redescubrir los cajones, las calles tomadas, las hiedra seca ante el verano en la casa de al lado, los bares y los domingos. Al despertar en el desierto: una duna pizpigada de humo. Y el cuerpo abandonado en un oasis y todo el adentro reconstruyéndose en las ciudades de álter ego, allí donde estás tú y están los otros y están las madres y los padres y los hermanos.

Hoy me encargo de hoy y mañana me encargaré de mañana. Mientras tanto hay una veleta ventrílocua que narra las cosas que ya conozco del futuro: es un canal fluvial a través del cual me emancipo del estar-no estar a un mismo tiempo. Hoy es un día de manos de arena y dunas dibujadas a lápiz. Cuando necesito desiertos, llegan; eso es lo importante. Entonces cuando necesito vuelos transoceánicos llegan también. Por eso será Bogotá a finales del verano—de mi verano estacional atlántico: estaciones que nunca se superan y se llevan adscritas a la piel climática. Hay una gestación adentro, como un árbol que no ha nacido todavía pero que lo conoce todo sobre sí mismo. Fui dada a luz en ciudades sin abastecer —pero de viento— y extraño sus paisajes. Por eso tal vez.

Hay flamencos rosas y lobos marinos alrededor. Después habrá la música de medianoche en un acantilado en Lima. Después habrá selva: no atravesar las grandes aguas sin ir a visitar al gran hombre primero. Fue una idea del I-Ching y no mía (o fue mía siempre). Hay dos ejercicios en práctica: acordarme de cada cama dormida antes del regreso y también de cada posición de este cuerpo antes de cumplir los veintiséis. Esas son las condiciones de la partida.

Porque siempre la casa es el desengaño. El no poseer más espacio que el que ocupa mi cuerpo adentro de un río (las crecidas) o el no poseer más tiempo que el que ya sonó en todos los relojes. Siempre la casa es el desafío: no proporcionarle materia a la nostalgia más que en los cuadernos. Mientras tanto las canciones y los ojos abiertos de S y la arena llenándonos el pelo y las comisuras de los dedos y las pecas a borbotones y las despedidas al costado de una ruta: no hubo sonrisa y no hubo espaldas. Te he prometido que llegaría a la playa del acantilado mañana y que lo haría en una bicicleta roja. Te lo he prometido sin decírtelo ante tus ojos abiertos. Me has extrañado en una carpa oscura y no hubo fuego esta noche sobre la costa (desde aquí lo asumo).

También las casas son los espíritus de las personas que fuimos. Esos muertos que aún nos habitan las camas, los cruces de aguas y las tazas mordidas.

Los armarios de puertas cerradas.

T nombra la psicogeografía: yo no he dejado de escribir cartas y postales y de pintarlas primero en acuarela para que lleguen mojadas con el agua del oasis. La psicogeografía es como hacer magia porque dibuja trazos de alma y de caderas con humo sobre los mapas. Tengo ganas de internarme en la selva y dejarme arrastrar por la serpiente hasta los últimos recovecos del mundo.

Recorreré la ciudad y después quién sabe si la selva.

¿O era la costa?

Todavía camino sin planes y sin rumbo pero hay algo distinto. Tiny things: conozco el desenlace de la noche. Y esa hora absurda que no le pertenece a nadie me la he apropiado. Tiny things that I would like to give you as a present:

esa última hora azul.

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