A mediados del siglo pasado, un escritor de familia pequeñoburguesa con algún pasado guerrero y algunos amigos entre los círculos “intelectuales” de la oligarquía, escribió una ficción inspirada en lo esencial del pensamiento de Platón que, a su vez, había también inspirado entre los primeros cristianos la creencia de que después de la muerte se puede acceder a un lugar mejor, al mundo de las ideas o arquetipos, mundo al que tales creyentes decidieron llamar Cielo.Por Hugo Pérez Navarro

Hay situaciones que con lamentable reiteración pueden arrastrarnos a la cuasi certeza de la veracidad de esa imaginación –¿visión?– de un señor crecientemente ciego.
Al recibir en la cabeza –o vaya a saber dónde– el mazazo de la noticia de la muerte de Horacio González, de ese extraordinario pensador nacional, de ese tipo querible, agudo, claro y clarificador incluso en sus textos menos luminosos –que escasean, por cierto, en su obra–, me explotó el inicio de aquella frase con la que el viejo Borges recrea con finura al no tan viejo Platón: el mundo que habitamos es un error.

Y finalmente, es un error y una incompetente parodia, porque todo lo que ellos condenan es falso o irrelevante, porque lo bueno que se predica no es tal, y porque una inteligencia destartalada, estúpida y malévola se mueve en esta tierra, haciendo como que es una inteligencia, haciendo como que habla y escupiendo oquedades, mientras Horacio González ya no respira más y entre nosotros no hay más su cálido estar, ni su inteligente decir, ni su gran condición humana. Así de simple, así de cierto.
Hugo Pérez Navarro

