Lo imaginó distinto. Con una pelota en la mano y la ovación interminable en la caída del telón. Sin embargo, todo fue distinto en el cierre futbolero de Ricardo Bochini. Hace 20 años, una patada brutal de Pablo Erbín lo dejó dolorido en el césped. Con el cuerpo en una camilla. Y la firma de su retiro voluntario. Adiós a 19 años de su vida color de rojo. De títulos, copas y goles mágicos. De fantasía y estrategia fría.
“Bochini es un verbo para mí. Bochinear es pensar antes que los demás”. Lo dijo Gustavo Cordera, ex líder de la Bersuit. Se trató de un elogio artístico. Un concepto de alto vuelo. Como este poema que Héctor Negro le dedicó al Bocha. A dos décadas de su despedida, pasen y lean.
¿Quién podrá agradecerte la alegría?
¿Cuántas voces precisa el verso mío
para decir la agreste poesía
que dibuja tu tranco de baldío?
Y el Chaplin que llevás, y esa estatura
de gigante pequeño, y la burbuja
que suelta el malabar de tu diablura,
cuando metés un “caño” en una aguja.
¿Quién podrá devolverte tanta fiesta?
¿Con qué pagar tanto gozoso instante
que nos dieron, che Bocha, a toda orquesta,
la pelota y tus pies calzando guantes?
Si habrás llenado tantas tardes mustias,
lujoso de arabescos y reflejos
que desataban nudos, mufa, angustias,
o sacaban un gol como un conejo.
Los magistrales quiebres de cintura,
el amague feliz, la gran pirueta
de esconder la pelota, o la locura
de bordar media cancha con gambetas.
Y luego el “Bo-Bochini” como premio
bajando desde el grito de la hinchada.
Cuando en el verde se soltaba el genio,
chispeando el resplandor de otra jugada.
¡Grande, Bocha…!, vos no pasaste al bardo.
Si habrá que darle juego a la memoria
para dejar tu estirpe a su resguardo,
subiendo por el rojo de tu gloria.
Cuando no salgas más entre los once,
serán los lagrimones del rocío
los que en el pasto lloren y allí, entonces:
¿Con qué se llenará el domingo mío?
Cuando la “diez” del rojo no te abrigue,
yo buscaré en la tarde dominguera
-en la función que, pese a todo, sigue-
la semilla que siembre tu madera.
Buscaré por potreros y distancias,
en los picados donde floreciste
y hasta que no reencuentre aquella magia,
aunque no se me note, andaré triste…