Revista Cómics
Alguna vez uno ha criticado la excesiva querencia por el tópico (ya saben, misterio, investigador indisciplinado pero en el fondo íntegro que lo resuelve, mujer fatal por en medio, esas cosas) y la excesiva servidumbre al modelo anglosajón de muchos españoles escritores de novela negra. O de muchos escritores de novela negra en general. Y sin embargo uno ha disfrutado muchísimo con las dos últimas novelas de Javier Márquez Sánchez, que no es sólo que guarden servidumbre al modelo anglosajón, es que lo calcan (¿homenajean?), acumulando de forma consciente y exhaustiva todos los tópicos imaginables: gánsteres sedosos, un investigador primo hermano de Philip Marlowe que fuma Lucky Strike, música de jazz, barmans expertos en cócteles sofisticados, mujeres fatales, descripciones llenas de analogías forzadamente ingeniosas (cosas por el estilo “estaba más acabado que la carrera de Jerry Lewis como comediante”), Buicks, Oldsmobiles, Pontiacs y otros vistosos dinosaurios automovilísticos…Pero es que uno, en el fondo, también tiene su corazoncito mitómano, y en el fondo disfruta de lo lindo viendo a Bogart ladearse el fedora con un cigarrillo pendiendo de la comisura, a Lauren Bacall apoyarse en el quicio de la puerta poniendo ojos de gata, a Dooley Wilson tocando “As Times Goes By” al piano vestido con smoking blanco o a Robert Mitchum ajustarse las solapas de la gabardina mientras deambula entre sombras. Y las novelas de Javier Márquez Sánchez son pura carnaza para mitómanos. La fórmula es sencilla: como protagonista, un antihéroe chandleriano hasta la médula (Eddie Bennett, llamado “El figura” en la primera novela y “Siete vidas” en la segunda) aficionado a los luckies, las mujeres, los cócteles y los tragos de Shouthern Comfort; como decorado, la glamourosa ciudad de Las Vegas en los años cincuenta, o primeros sesenta; y como actores secundarios… Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis jr, John Wayne (en la primera novela), Marilyn Monroe (en la segunda) y mafiosos de verdad que parecen de película, como “Momo” Sam Giancana o “Johnny el guapo” John Rosselli. Incluso, atención a los cazadores de cameos, en Afilado como un blues a medianoche hace uno el mismísimo Pepe Carvalho, en su época de agente de la CIA.La fórmula no es nueva, ya la había usado Stuart Kaminski en su serie de novelas sobre el detective Toby Peters (que opera en Hollywood y tiene por clientes a gente como Judy Garland, Gary Cooper, Bela Lugosi o los hermanos Marx), pero está elaborada con habilidad y eficacia, y funciona. Las aventuras de Eddie Bennett son, al fin y al cabo, nada más que pastiches, pero pastiches bien hechos, bien escritos (eso es importante) y muy entretenidos. Y luego están esos títulos irresistibles: Letal como un solo de Charlie Parker y Afilado como un blues a medianoche. Y las estupendas portadas (aunque la de Afilado como… algo menos; lo de las sombras en rojo no ha sido buena idea) de adecuado regusto pulp, con que la editorial Salto de Página y el ilustrador Iosu Palacios han vestido las novelas. Afilado como… es algo más ambiciosa que Letal como…, pero eso, a veces, juega en su contra: en ocasiones la novela se quiere poner demasiado trascendente. En dos ocasiones, en concreto: la demasiado larga y demasiado llena de bienintencionados lugares comunes conversación sobre los derechos de los afroamericanos que Bennett sostiene con su amigo el barman negro, y el exceso y extensión de los comentarios trascendentes que muchos de los personajes hacen en torno al tema del asesinato de Kennedy. Tanta trascendencia no pega demasiado al registro de la novela, de ambas, que es más ligero y está muy bien que así sea.Así que, aunque a uno le guste pontificar que la novela negra española se debería dejar de tanta servidumbre a los estereotipos y los modelos anglosajones y debería buscar caminos más pegados a la realidad de la sociedad española actual, uno tiene la impresión de que, si Javier Márquez Sánchez sigue con la serie, las aventuras de Eddie Bennett van a ser uno de sus placeres culpables durante mucho tiempo.