Os presento a Tocqueville. Nació de una familia aristocrática tres años antes de que Napoleón invadiese España, es decir, en 1805. Después de sobrevivir a un año de prisión sus padres se salvaron de la guillotina por los pelos gracias a la caída del reino del terror en el que desembocó la Revolución Francesa. La ejecución de Robespierre en 1794 les salvó la vida a todos. Tocqueville se preguntó por qué la Revolución había fracasado en Francia mientras que la democracia entró de forma tan dulce en EEUU una vez ganada la Guerra de Independencia contra Inglaterra. Así que bajo el pretexto de ser comisionado para estudiar el sistema penitenciario americano se fue a viajar por EEUU durante ocho años después de un primer viaje de nueve meses en busca del Santo Grial de la democracia como un Sir Lancelot de las mismísimas crónicas artúricas.
Si bien Hobbes, Locke y Rousseau creyeron en un Edén inicial de un "estado de la naturaleza" en el que todos habíamos nacido libres e iguales y donde las cosas se torcieron; Tocqueville llegó a la conclusión contraria por un camino mucho más sutil y sin dejar de tener la impronta roussoniana del estado "natural del hombre": en el devenir de la historia se da una fuerza natural forjadora de sociedades más justas, libres y capaces de lograr la igualdad.
Hay un hecho que llama la atención de los europeo nada más alcanzar las costas de los Estados Unidos y es la igualdad de fortunas que reina a primera vista y que hace considerarlos a todos como iguales en condición, y este hecho da al espíritu público cierta dirección, determinado giro a las leyes; a los gobernantes máximas nuevas, y costumbres particulares a los gobernados. Pronto reconocí que ese mismo hecho lleva su influencia mucho más allá de las costumbres políticas y de las leyes, y que no predomina menos sobre la sociedad civil que sobre el gobierno: crea opiniones, hace nacer sentimientos, sugiere usos y modifica todo lo que no es productivo.
Si a partir del s XI examinamos lo que pasa en Francia de cincuenta en cincuenta años, al cabo de cada uno de esos periodos, no dejaremos de percibir que una doble revolución se ha operado en el estado de la sociedad. El noble habrá bajado en la escala social y el labriego ascendido. Uno desciende y el otro sube. Casi medio siglo los acerca, y pronto van a tocarse.
Tan impresionado quedó Tocqueville cuando estudió in situ la democracia en América, que llegó a considerar lograda la meta social del hombre: de haber conocido la teoría de Darwin sobre la evolución Tocqueville hubiese pensado: del australutiphecus al homo sapiens y de ahí a la democracia en América. Pero esa democracia no es un parto sin dolor porque tiene sus detractores en constante conflicto con sus defensores. Pero esos detractores no pueden evitar que la naturaleza se abra paso y en su introducción a la Democracia en América nos presenta una evolución del proceso basándose en la historia de Francia desde la Edad Media hasta el experimento americano de la democracia.
Desde ese momento concebí la idea de este libro. Una gran revolución democrática se palpa entre nosotros. Todos la ven; la juzgan de la misma manera. Unos la consideran como una cosa nueva y, tornándola por un accidente, creen poder detenerla todavía; mientras otros la juzgan indestructible, porque les parece el hecho más antiguo y el más permanente que se conoce en la historia.
Sin, embargo, a medida que se descubren nuevos caminos para llegar al poder, oscila el valor del nacimiento. En el siglo XI, la nobleza era de un valor inestimable; se compra en el siglo XIII; el primer ennoblecimiento tiene lugar en 1270, y la igualdad llega por fin al gobierno por medio de la aristocracia...
En cuanto los trabajos de la inteligencia llegaron a ser fuentes de fuerza y de riqueza, se consideró cada desarrollo de la ciencia, cada conocimiento nuevo y cada idea nueva, como un germen de poder puesto al alcance del pueblo. La poesía, la elocuencia, la. memoria, los destellos de ingenio, las luces de la imaginación, la profundidad del pensamiento, todos esos dones que el cielo concede al azar, beneficiaron a la democracia y, aun cuando se encontraran en poder de su s adversarios, sirvieron a la causa poniendo de relieve la grandeza natural del hombre. Sus conquistas se agrandaron con las de la civilización y las de las luces, y la literatura fue un arsenal abierto a todos, a donde los débiles y los pobres acudían cada día en busca de armas.
Aquí tenemos a Tocqueville en la introducción de su libro considerando el ideal roussoniano de la soberanía del pueblo como una realidad social ya alcanzada en EEUU y que podía ser llevada a Europa.
Entonces, transporté mi pensamiento hacia nuestro hemisferio, y me pareció percibir algo, análogo al espectáculo que me ofrecía el Nuevo Mundo. Vi la igualdad de condiciones que, sin haber alcanzado como en los Estados Unidos sus limites extremos, se acercaba a ellos cada día más de prisa; y la misma democracia, que gobernaba las sociedades norteamericanas, me pareció avanzar rápidamente hacia el poder en Europa.
Pero al mismo tiempo Tocqueville desconfía siempre del poder aunque sea el pueblo quien lo detente, porque poder y abuso forman un tándem inseparable con tendencia a generar un problema que Rousseau había dado poca importanciai pero que sí preocupaba a Tocqueville, y mucho: la posible tiranía que la mayoría podía llegar a ejercer al alcanzar el poder. Un fenómeno que los americanos bautizaron como "mobocracy "o " chusmocracia" (de chusma o populacho) y cuya evidencia irrefutable llegó a los padres de la patria de mano de los mismos evangelios: la condena de Cristo cuando un cobarde Pilatos "se lavó las manos" y le dio el poder al pueblo durante un instante: suficiente para que una manipulable chusma condenase a muerte a un inocente. La cobardía de los gobernantes que no se atreven a tomar decisiones de Estado es algo a lo que desgraciadamente no somos ajenos.
i En mi opinión, esa fue la clave del fracaso de las teorías políticas que se basaron posteriormente en esa confianza de Rousseau hacia el poder del pueblo y que más tarde tomaría prestado Hegel y Marx. Al contrario que Rousseau, Tocqueville jamás creyó en ninguna utopía y desconfió sitemáticamente del poder. Incluso en su Volumen II desconfía de la democracia y previó lo que ahora se denomina lo "políticamente correcto"
Democracy in America, Alexis De Tocqueville Volume One, Book One, Introduction