Revista Educación

Todas esas casas

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Todas esas casas

Yo no había leído hasta ahora ningún cómic del valenciano Paco Roca, pero había escuchado a más de un pajarito hablar de una sensibilidad especial en sus viñetas e historias. Tenían razón. Quizás sea porque La Casa es autobiográfico y los sentimientos estén a flor de piel, pero, además, el dibujante consigue exprimir la vida que resiste hasta en las piedra. La historia es tan sencilla que ni siquiera parece tener argumento: tres hermanos se reúnen en la segunda residencia que, en el pueblo, había construido su padre, recientemente fallecido. Y no pasa nada. Pero ocurre todo. Paco Roca va conformando ese apego que todos hemos sentido por la casa de nuestra infancia, aquella en la que vivimos siempre o solo un tiempo o la que se ocupaba los meses de verano. Es esa vivienda, piso o cabaña con la que están vinculados nuestros recuerdos infantiles, cuando pensábamos que nada podía cambiar. La Casa es un libro también sobre la pérdida dolorosa de esas paredes en las que se construyeron tantos sueños, la incapacidad para mantenerlas firmes y seguras, cuando son los propios huesos los que hay que cuidar y no hay fuerzas para nada más.

Cada vez que veo una casa derruida me siento triste. Es la misma melancolía que me ha provocado La Casa, porque me da por pensar en los sueños y recuerdos perdidos en esas piedras caídas y olvidadas. Yo tengo, claro, mi propia Casa, esa que te enseña que nada es eterno y que todo se puede perder. Tengo vagos recuerdos de ella, porque tenía muy pocos años yo sobre la tierra, pero sí está grabado en mi memoria el momento en el que mis sufridos padres me explicaron que la habían vendido, porque nos íbamos a instalar en otra isla de forma más estable y era imposible mantener dos viviendas. Me veo abrazada a mi abuela, con un llanto incontrolable. A partir de entonces aprendí que aferrarse a las cosas y los lugares duele. Más de cuarenta años después sigo viendo, con memoria fotográfica, habitación por habitación de aquel primer hogar que recuerdo. Y hace poco creí descubrir que el gato que pensaba que visitaba cada tarde mi habitación, que daba al profundo patio del edificio con imposible puntualidad y destreza, debió ser mi amigo imaginario. Y un hogar en el que nació nuestro amigo imaginario es LA CASA, así con mayúsculas. Ojalá puedan disfrutar del cómic de Paco Roca y viajar, como hice yo al terminarlo, a ese lugar propio que debe aún albergar sus raíces.

Todas esas casas


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